Desde el momento que el ser humano puso pies sobre el camino terrenal, se ha venido preguntando "¿Hacia dónde voy?" Y ha cruzado charcos, lagunas, ríos y mares y aún nada sabe sobre el punto.
O sea, simplemente llegó, se quedó y al final se va por los escondrijos de la muerte, incluso sin tener noción de lo que ésta es.
Las creencias religiosas, abonadas por esto que llamamos fe, algo le han musitado, un asidero endeble como el aire, que le permite volar más que nada con las alas de la imaginación y de la conformidad, pero la incógnita sigue ahí, sin moverse, sin proyectarle siquiera faroles que le iluminen su camino. Y ahí, como al principio, vemos al ser humano absolutamente ignorante de cuáles serán sus próximos pasos, la encrucijada le impide saber de su futuro destino.
Piense el lector, al momento de escribir estas últimas líneas de este párrafo: quien escribe es una persona de noventa y nueve años, muchas aguas han pasado bajo los puentes de su vida y a esta edad aún desconoce hacia dónde va, o hacia donde lo llevan; la fe le da indicios, sólo eso, y está cierto que nadie, en lo absoluto, tendrá una respuesta, es decir "vine de donde sé e ignoro hacia me llevan".
Washington Sandoval Gessler