Historias de superación y oficios curiosos en las calles de Valparaíso
Mientras Gerald Molina ha puesto en valor el arte de hacer y tapizar muebles, Sandra Zephirin trabaja como costurera en una vereda. Con sus manos, que son su amor y su sustento, intentan buscar la esquiva felicidad en el plan porteño.
Los avances tecnológicos y las nuevas formas de consumo han llevado a la sociedad a dejar de lado oficios que hasta hace poco eran comunes en todas las ciudades.
Un buen zapatero, un buen carpintero o una buena costurera eran, sin duda, un dato infaltable en los hogares de los chilenos, sin embargo, con el paso del tiempo estos trabajos fueron quedando en el olvido, pero hay algunos que aún sobreviven.
Es el caso de Gerald Molina, como también el de Sandra Zephirin, trabajadores que hoy, gracias a sus historias de superación y aprovechando espacios en el plan de Valparaíso, han vuelto a dar vida a labores que si bien aún existen, son difíciles de hallar.
"Yo empecé en este oficio a los 12 años con mi primo. Fuimos a dejar el almuerzo a un taller de tapicería en Valparaíso, que era el taller de mis tíos, en avenida Francia. Eso en el año 1993 y ahí empezó todo y la verdad es que con esto se nace, porque tienes que nacer con la estética buena, para que queden las cosas bonitas", cuenta, en primer lugar, Gerald Molina, quien hoy construye y tapiza muebles en calle Condell con Eleuterio Ramírez.
"Trabajé ahí hasta los 20 años y luego me convertí en el dueño, ellos me trabajan a mí. Luego hice otro taller y podríamos decir que a nivel comercial fui competencia de mis tíos. Entregábamos en todos lados: Independencia, Victoria; también en Antofagasta y La Serena; en el mall y en la mayoría de las discotecas de Valparaíso", agrega en su relato.
Por sus hijos
Sobre cómo continúa su historia, el mueblista comenta que tras el cierre de su local y luego de pasar 13 días en la cárcel tras un robo -parte de su historia en la que no quiere profundizar- en la década de los 2000 se independizó: "Ahí supe que el trabajo estaba en la calle, porque me gusta agarrar a los clientes".
En la actualidad, "el estar aquí, en las calles de Valparaíso, nace desde una necesidad tras el estallido social y la pandemia, momento en el que perdí a mi papá, a mi primo con el que comencé el taller y a mi carpintero por el COVID, entonces nos cambió la vida; las mueblerías no tenían plata para trabajar, la gente tampoco y eso pasa hasta el día de hoy".
"Yo no estaba trabajando, porque estaba con depresión y se me ocurrió esto porque mis hijos entraron a la universidad, uno está estudiando Diseño Gráfico y el otro Ingeniería Civil en Minas, y por la necesidad de ellos, volví a trabajar hace seis meses", añadió emocionado.
Refiriéndose a sus servicios, que van desde construir muebles, reciclar y retapizar, el también vecino de cerro Mariposas revela que "la gente se acerca, me da las medidas y me pregunta qué material puedo trabajar y yo trabajo de todo. Pido un abono de 3 mil pesos, voy a la casa, retiro y ahí pido la mitad de la plata al empezar y la otra mitad al terminar. En cinco o seis días entrego".
Al consultarle sobre sus expectativas, el porteño es sincero: "Sé que con este emprendimiento no voy a ser rico, pero lo voy a mantener en el tiempo. Con él voy a lograr que mis hijos sean profesionales".
Entre hilos y pedaleos
Solo cuadras más allá, en Pedro Montt con Simón Bolívar, está Sandra Zephirin, quien dialoga de reojo, ya que los pedidos la tienen extremadamente ocupada. Mientras con su mano enhebra el hilo, con uno de sus pies pedalea su preciada máquina de coser, herramienta que le abrió una oportunidad laboral en Chile tras migrar desde Haití en el año 2018.
"Cuando llegué a Chile nunca encontré trabajo. Estuve en mi casa mucho tiempo, me sentía muy mal, pero ahí mi esposo me compró esta máquina de coser: él iba caminando por la calle, por la Feria de las Pulgas, y la encontró", contextualiza la costurera de 28 años.
"Me instalé aquí en los tiempos de la pandemia y a la gente le ha gustado el trabajo que hago, porque trabajo rápido, no me demoro mucho y eso a la clientela le gusta. En tres minutos estoy lista cuando son trabajos sencillos", precisa Sandra Zephirin, quien indica que los precios fluctúan "dependiendo de qué es lo que hay que hacer, pero sin duda es un trabajo que se necesita mucho".
Mirando hacia el futuro, la también madre de dos pequeños confiesa su sueño: "Me gustaría ser enfermera; mi esposo está estudiando Trabajo Social, pero me cuenta que hay mucha discriminación y eso me da mucho miedo, pero de poquito a poquito".