Náufrago porteño sobrevivió de milagro y cuenta su hazaña
Alberto Neira fue el único de los seis tripulantes de una embarcación que quedó con vida.
Su rostro frío siendo azotado a cada instante por enormes olas de hasta seis metros de alto mientras se aferraba a un islote del sector "Pasada del Diablo", como es conocido por los lugareños, permitió al porteño Alberto Neira Cisternas, de 58 años, mantenerse despierto en medio de la oscuridad del Pacífico en las cercanías de Taltal, en la Región de Antofagasta.
Ese mismo mar, que en esos instantes era sinónimo de suplicio, permitió que hoy este hombre -cuya increíble historia no tiene nada que envidiar al relato de Daniel Defoe en su novela "Robinson Crusoe" o al de Robert Zemeckis en su película "El náufrago"- pueda contar cómo sobrevivió al naufragio del que fue parte la madrugada del reciente 12 de septiembre y que cobró la vida de sus cinco compañeros de embarcación.
Él, junto a otros tres pescadores artesanales oriundos de Valparaíso, viajaron hasta Caldera, donde se unirían a dos compañeros más para trabajar en la pesca de la albacora a bordo de la lancha "María Cristina II". Todo marchaba sin sobresaltos hasta la madrugada del 12 de septiembre pasado, cuando la embarcación naufragó mar adentro a unos 100 kilómetros de Taltal, en el sector de bahía Esmeralda.
Esa madrugada, alrededor de las 03:00 horas, un fuerte golpe despertó a Neira, quien salió a la popa y se percató que la embarcación se había azotado contra unas rocas. Después supo que la persona que estaba de guardia en ese turno se habría quedado dormida.
Frente a este grave accidente, en cosa de milésimas de segundos, Neira cuenta que "lo único que atiné fue a amarrarme unos boyerines en el brazo". En ese momento, olas de 5 a 6 metros azotaron a la lancha contra un islote, hasta el cual producto del choque de la nave contra las rocas, "salí volando y caí al costado de la isla", recuerda. En ese instante, no supo más de sus compañeros y quedó solo en medio de la fría y oscura madrugada, luchando por sobrevivir.
A partir de aquel impacto, fueron cerca de cuatro horas las que este porteño permaneció aferrado al islote, pero subir hasta este no fue sencillo. "Del choque quedé lesionado, me agarré de los huiros. Dos veces me cayó la mar encima, olas grandes, y a la tercera dije: 'no voy a aguantar', así que me atrinqué, atrinqué, hasta que llegué arriba del islote", señala este playanchino.
Ya en el islote, de unos 15 a 20 metros de ancho, las olas lo barrían, por lo que tuvo que guarecerse en medio de rocas para no ser arrastrado. "Ahí quedé toda la noche escondido entremedio de una piedra y la mar me despertaba a cada rato, hasta que aclaró y ahí venía un trayecto de como 15 a 20 metros de agua, que separaba la isla de la playa y habían roqueríos con huiros y todo eso", relata.
Con fuertes temblores en su cuerpo a causa de la hipotermia, dice que tras escuchar la voz de su padre y un tío ya fallecidos y con la ayuda de la presencia de luz día, se animó a lanzarse al mar para salir de allí. Y lo logró, pero aún no se explica cómo.
"Empecé a pegar gualetazos, a agarrarme de los huiros y la mar me tiró, quedé todo rasmillado, machucado, y cuando llegué a tierra me acordé que no sabía nadar", asegura, aún sorprendido.
Ya en la playa, totalmente desierta, logró armar dos chalas improvisadas con trozos de la lancha destruida y algunos huiros. Así, caminó atravesando algunas colinas hasta que, alrededor de las 13:00 hora, se encontró con recolectores de huiros, quienes lo socorrieron.