De un tiempo a esta parte se han ido normalizando hechos y conceptos tales como asesinatos, secuestros, narcotráfico, crimen organizado, corrupción y otros. Esta normalización no deja de ser inquietante, pero lo que resulta aún más llamativo es la pasividad con la cual las autoridades asimilan cada una de estas situaciones. A tal punto que más allá de la típica frase hecha concebida como placebo para la opinión pública poco o nada hay en materia de acciones concretas que apunten a terminar con estos flagelos sociales. Pero aún, cuando se intenta hacer algo esto se lleva a cabo a medias o mal hecho. Lo peor de todo es que mucho de lo que hoy estamos viviendo en Chile otros países en la región lo han vivido, lo siguen viviendo o lograron sortear, momentáneamente, cada una de estas situaciones. Y como estamos al fin del mundo nos confiamos en la comodidad de afirmar que "eso no va a ocurrir aquí, imposible que eso suceda" aún cuando todas las evidencias demuestran que, más temprano que tarde, vamos a ser parte del proceso de latinoamericanización porque somos parte del barrio y las actuales condiciones país así lo demuestran.
Por el momento no se vislumbran liderazgos o acciones que puedan revertir este magro escenario. De hecho llama la atención que no existan manifestaciones u otros en las calles lo que, dicho sea, no es raro si consideramos que muchas de esas personas ocupan, actualmente, puestos bien remunerados en el gobierno. Y quienes no, viven a costa del Estado con pensiones de gracia concedidas por el Presidente. Y así seguiremos estando al menos por los próximos dos años.
¿Qué nos queda como ciudadanos? Aguantar, resistir y orar porque, alguna vez, Chile vuelva a ser la copia feliz del edén.
Rodrigo Durán Guzmán