Altazor
por Felipe Acuña Lang, escritor
El cierre de la librería Altazor es la finalización de un largo ciclo de más de 34 años que trazaron la ciudad literaria de la Ciudad Jardín, la que ha mutado hacia nuevos hábitos, hacia el consumo del retail y las grandes tiendas del centro comercial de 14 Norte. Al recorrer la ciudad se percibe la falta de espacios identitarios: el cine Olimpo, el cine Rex, el cine Oriente, el Samoiedo histórico, El Cosmopolita, el café Mirabel, la Sastrería Inglesa, Prida, entre muchos otros negocios a escala local y tradicional, desaparecidos, lo que va adelgazando la experiencia.
La experiencia se intensifica con la ritualidad y, al haber ritos identitarios suspendidos, todo queda en el olvido. Altazor era un agente aglutinador de diversas voluntades que respondían a un mundo fraternal de hacer cultura. Hoy la disgregación, la desconfianza, la individualidad de cada uno con lo suyo, prima por sobre todas las cosas. El lector de Altazor no era un ave de paso, era un ave de hábitos adquiridos, de echar raíces. En Altazor se conversaba libremente sobre cualquier tema.
Leer en esos años era un acto de resistencia. A la salida del colegio de los Padres Franceses de 1 Norte con 1 Poniente, ahora reemplazado por una torre de 20 pisos, me saltaba a Altazor, que estaba en su primera etapa en el edificio Nuevo Centro II de avenida Libertad con 1 Norte. Los hermanos González fueron pioneros en instalar una librería de artes, literatura y ciencias sociales en 1982.
En una imagen publicitada hace algún tiempo por Facebook, vemos a los hermanos González posar en una foto en blanco y negro. Patricio flexiona la pierna, su bigote es típico de la moda de los 70. Arriba de la banca y de un lumínico ochentero, vemos al joven Marcelo González. Es una fotografía histórica, que tiene un aura civilizatoria. Es una fotografía que irradia aventura, el comienzo de una idea de librería multidisciplinaria. Un proyecto exitoso finalizaba en el verano de 2016 (galería Couve), por factores de arriendos elevados, cambios de hábitos lectores y también el cansancio de muchos años por mantener un sueño.
Sergio Madrid, uno de los poetas de la generación de los 80, recuerda presentaciones, lanzamientos de revistas y libros, donde aparecían Enrique Lihn, Nicanor Parra, Gonzalo Millán, José Donoso, Jorge Edwards, Mauricio Wacquez, así como los poetas de la zona. Es un tiempo cultural que estaba posibilitando nuevas voces en la poesía chilena. Altazor era libros, música, diálogo ciudadano. Transmitía pasión por el arte, las humanidades. En galería Somar funcionó a partir de 1994 (una segunda etapa) hasta el 2014. Estaba a pasos del Cine Arte de la galería Mackenna que conecta con Somar, que tiene entrada por calle Arlegui hacia el poniente y oriente de la ciudad. Después de la visita a la librería era usual ver a los lectores, poetas, escritores, proseguir la charla en el café Cinema frente al cine Arte. El café del "Misha"( Moisés Hilzerman) era la tónica noventera del comienzo de la democracia en Chile.
Los lugares nos configuran estableciendo relaciones identitarias, así se construyen las ciudades, en lo intangible y lo material. Para Patricio González el momento cultural de los 80 era de un tiempo dilatado. "Se te permitía divagar, conversar sin prisa", me dice en el Deja Vu de la galería Calle de Cristal, del otoño de 2019.