Ciudades sin huellas
por Felipe Acuña Lang, escritor
Si pensamos en las identidades urbanas, estas son mutables, no rígidas sino que flexibles. Es difícil de llegar a conclusiones, puesto que las megalópolis tienen diversas interacciones territoriales y vecinales, donde hay espacios de negociación, conflicto, encuentro. Los estudios urbanísticos son claros en señalar que el barrio es la principal fuente para hacer ciudad; en efecto, para comunicarnos en un territorio. Cuidar el territorio es cuidarnos a nosotros mismos al vivir en ciudades altamente conflictivas, ya sea, en lo ambiental, lo urbanístico, lo simbólico.
La identidad es reconocimiento para ubicarnos en un lugar y sentirnos colectivamente parte histórica de un destino. Ismael Ortiz define a la ciudad como un contexto sociocultural dentro del cual es difícil definir los límites de una comunidad y delimitar, con ello, dónde comienza y dónde termina un barrio debido a la constante interrelación que existen entre los elementos que componen la ciudad.
En "Apuntes para la ciudad", de 1996, el arquitecto y político Jaime Hales sostiene que el barrio, cuando funciona, es el eslabón entre la familia y la ciudad. La ciudad comienza hoy donde la reja termina, donde la alarma nos intimada a refugiarnos y cerrar nuestros hogares. Entonces se construye una identidad encerrada y desconfiada. Las ciudades se aman a pie, con el cuerpo. Hales dice: "Hay que tocarlas, recorrerlas, palparlas con la planta de los pies a no más de 4 kilómetros por hora".
Desafortunadamente las familias han perdido el sentido de la propiedad familiar de sectores de la ciudad. Sienten que es más de la familia ir a una hamburguesería de un McDonald's que a las plazas, los barrios. Este progreso urbanístico inmobiliario ha destruido las huellas de nuestra ciudad. Yo estudié en un hermoso liceo francés de 1 Norte con 1 Poniente, los Padres Franceses, fundado en 1922, donde hoy existen torres al cielo. Los cines de mi juventud ya no están y la ciudad muta hacia un destino incierto, donde los políticos la mayor parte de las veces dicen: "Estamos monitoreando los problemas y les daremos pronta solución".
Parece triste e irrisoria la falta de acciones concretas por mejorar el centro de Viña, tomado por el comercio informal. Pero esto viene de mucho antes, y la realidad es desalentadora. Es decir, que desalienta el estado poco amable de la calle Valparaíso. Pasado Villanelo, comienzan los olores a fritanga, a efluvios de orina que antes no estaban, y si estaban no era recurrente. Hoy, Viña es una ciudad cuyo desorden urbanístico es tierra de nadie. ¿Desafección ciudadana? No lo creo, ya que hay testimonio de muchos viñamarinos preocupados, activos participantes de sus juntas de vecinos, que nos advierten con sus cartas al director de los problemas graves de nuestra ciudad: su marginación social, su déficit habitacional…
El deterioro del espacio público es consecuencia de las malas políticas, ya que se han descuidado los barrios por inversiones en grandes puentes y carreteras, sin pensar que la ciudad también son áreas verdes, plazas, bancos para descansar, barrios con pequeños emprendimientos y pasajes que conecten la vecindad. Si el cemento nos enjaula, el encuentro con la ciudad no es posible.