Las masivas protestas de 2019 contenían, entre muchas demandas, una que congregaba de manera trasversal a la mayoría de la ciudadanía chilena y era la sensación de abuso generalizada, que se traducía y se traduce aún en un elevado costo de la vida. Esta queja permeó la discusión constitucional y las campañas presidenciales que le siguieron. Y como guinda de la torta vino la mayor inflación en 30 años, empujando el costo de la vida a limites no vistos en 30 años.
Sin embargo, tres años después, las condiciones materiales que dieron origen a semejante movilización no han cambiado en nada y objetivamente se han agudizado producto de la misma crisis social, la pandemia y la guerra.
Al parecer las autoridades chilenas tienen aprendido un guion: sorpresa-indignación-mirar al cielo esperando recetas milagrosas (que no llegan nunca) para enfrentar las distintas demandas de la población. Esto sucede con cada denuncia de abuso. Pueden variar los detalles, pero las condiciones para que estos se repitan siguen intactas. Y normalmente, vuelven a suceder.
Se podría comenzar con los precios absurdos de los medicamentos de marca e innovadores, varias veces más elevados en Chile, que los mismos en la Comunidad Europea o países vecinos a esta.
El abuso en el precio de los medicamentos es el estandarte de los abusos por su implicancia en la salud de las personas, sin embargo, sería correcto también investigar y sancionar cundo corresponda las alzas extremas en muchos productos de primera necesidad. Basta asistir a una feria o supermercado y observar semana tras semana la espiral de alzas, sin razones muy comprensibles para la población o justificadas desde el punto de vista económico. A mi juicio en Chile se aplica claramente aquel dicho que dice, "el que no corre vuela".
Daniel Zapata Zapata