En tiempos de crisis multidimensional, como la que vive Chile, es urgente y necesario construir relatos políticos que se ajusten a la ética y la veracidad de los hechos. Para esto resulta urgente aislar el lenguaje del odio y traerlo hacia el espacio del lenguaje colaborativo con reconocimiento por el otro/a/e. La política es mucho más amplia que el estudio del Estado; es el estudio de las relaciones sociales y de la estructura social humana. Hacer que esta estructura tenga un comportamiento ético basado en el bien común, depende mucho del espacio, y en el marco en que se desarrolle el diálogo. Recuerdo con precisión cuando un psiquiatra amigo comentaba que las patologías sociales e individuales para perdurar y sostenerse en el tiempo, debían actuar en su terreno. Sólo en ese terreno y contigo dentro se perpetúa la inestabilidad y la locura. El candidato J.A Kast nos llevó a su terreno de patología social, al chilezuela, a las fake news. Por qué hablar o referirse a otros países, si ni la prensa, ni menos una campaña, tienen el tiempo de explicar el hilo de los acontecimientos.
Para hablar de relaciones internacionales o permitirnos emitir juicios, sancionatorios o de exaltación hacia los sistemas políticos de los pueblos vecinos, debemos ir al reencuentro de tres disciplinas: la historia, el Derecho Internacional y la Política Internacional. No podemos comprender los fenómenos políticos y sociales sin conocer el engranaje histórico de los pueblos, ni menos hacer juicios internacionales cuando el derecho y las relaciones de poder son la problemática esencial del sistema internacional.
Cabe decir que la sostenibilidad de las relaciones diplomáticas también radica en la construcción de relatos, que tal como dijera Humberto Maturana, nazcan de la comprensión y el amor. Terreno en el cual no todo ser que ejerce la política, puede moverse. Hemos visto que la decisión unilateral del bloqueo, el embargo y la asfixia económica, daña sólo a los pueblos, causando hondos estragos en la mayoría de la población inocente; todo mientras la misma población afectada no se organiza lo suficiente para sacar a sus gobernantes.
Debemos instalar relaciones diplomáticas que expresen compasión por las personas que sufren. No podemos aceptar que las patologías sociales se instalen y resuelvan, en medio de la peor pandemia de los últimos 50 años, implementar políticas de bloqueo que priven a los seres humanos de medicinas y alimentos. Eso es inhumano y va contra todo derecho fundamental, incluido los tan defendidos derechos humanos.
Seguir sometiéndose a la construcción del chilezula, nos extinguirá. Seguir en silencio ante el hambre y la enfermedad a los pueblos bloqueados y embargados, no es cuestión de Estado, es simplemente desamor.
Soledad Romero
Periodista,
Máster en Ciencia Política Comparativa.