En homenaje a Armando Labra, un gran profesor
Corría 1986 cuando, en el Colegio Nacional de Villa Alemana, un joven docente de Castellano se hizo cargo, como profesor jefe, del séptimo básico de ese año. Los que lo vimos llegar a la sala nos encontramos con un joven alto, delgado, con un abundante pelo crespo que, como era costumbre en la época, rápidamente le hizo ganarse un apodo que lo acompañó por varios años. Ese joven era Armando Labra Sepúlveda, que por entonces recién superaba los veinte años y había egresado hacía poco tiempo de la Universidad de Playa Ancha. Era el primer curso que tomaba como profesor jefe y nos acompañaría en ese puesto hasta 1991, año en que nos graduamos del colegio.
Ahora que lo vemos con los ojos de cuarentones, nos damos cuenta de que el Armando de esos años era casi tan joven como sus alumnos -nos llevaba apenas diez años- y que creció casi a la par con nosotros: él como hombre y como docente, y nosotros como jóvenes y alumnos.
Pasamos seis valiosos años, él y nosotros, en ese proceso de crecimiento que no fue solo académico, sino muy personal. Sin temor a caer en ningún cliché ni frase estereotipada, podemos decir que Armando Labra era un profesor muy especial, de esos que dejan una huella imborrable en sus alumnos. Armando -"el Labra", como siempre le dijimos- amaba tanto el Castellano como la docencia, y su pasión la transmitió a todas las generaciones de alumnos que formó, tanto a nosotros -su primer curso en el Colegio Nacional- como a otros cursos que educó en ese mismo colegio, en el Champagnat de Villa Alemana y en otros recintos de Chile.
Nosotros fuimos su primer ensayo y él, también, nuestro primer modelo a seguir, porque sus méritos no fueron solo profesionales, sino que también humanos.
En esos grises años '80, Armando Labra se preocupó de transmitirnos el amor por la lectura y los libros, por las palabras y por el lenguaje, por el teatro -¡cómo olvidar las obras que hicimos en el colegio y las que nos llevaba a ver en otros recintos!-, por el pensamiento crítico en tiempos en que poco se fomentaba la reflexión y el cuestionamiento.
También se ocupó de conocernos a cada uno de nosotros más allá de las notas y las pruebas. Es decir, más allá de lo que el trabajo estrictamente exigía. Conoció de cerca a nuestras familias, aprendió nuestros intereses, potenció nuestras habilidades y siempre, siempre se sentó frente a nosotros como uno más del grupo, con una relación horizontal, cercana y humana, sin recurrir a jerarquías impuestas para ganarse el respeto de sus alumnos y alumnas. Su juventud, su flagrante sentido del humor -¿alguien podría olvidar la contagiosa risa del Labra?-, el amor por su profesión fueron factores que hicieron de esta relación entre profesor y alumnos algo único e inolvidable para todos quienes estuvimos ahí. Y así lo demuestra que, treinta años después de que egresáramos del colegio, una gran parte de nuestro curso siguiera en contacto diario con Armando, hoy a través de Whatsapp, pero como si fuera otro día más en la sala de clases, ahora compartiendo entre todos las lecciones de la vida.
Por eso, hoy se siente y duele su ausencia, especialmente entre quienes fuimos su primer curso, aunque sabemos que este pesar es compartido por decenas y decenas de alumnos y alumnas que estuvieron en sus aulas. Armando Labra partió demasiado pronto, demasiado rápido, con demasiado que entregar aún. Vivimos este momento con una pena inmensa, pero también queremos recordar y homenajear a este profesor y amigo que dejó una huella en nuestras existencias. Cada uno de nosotros y nosotras tiene algo que aportar a esta memoria para que su legado se mantenga en el tiempo.
Hasta siempre, Armando
Exalumnas y exalumnos
Colegio Nacional de Villa Alemana,
Generación 1991