La voz de las calles Presidente Sociedad de Folclor Chileno
Por Yvaín Eltit
Era junio de 1920 y el académico, compositor y primer Premio Nacional de Arte mención música (1945), Pedro Humberto Allende Sarón (1885-1959), presentaba su poema sinfónico "La voz de las calles" en el Teatro Unión Central de Santiago, el cual fuera dedicado a su padre, el dramaturgo y periodista Juan Rafael Allende Astorga (1848-1909).
Fue la primera vez que los pregones (personas que en el espacio público comunican en voz alta un asunto de interés colectivo) tenían un tratamiento estético con un sentido país. La base de la obra de Allende utiliza un total de siete pregones populares, entre ellos un pregón inicial que organiza toda la composición (sin nombre), "botellas que venda botellas", "calentito el motemei", "traigo pera y durazno, me compra pera y durazno", "a las de horno", "a las de horno, como fuego, con pasa aceituna y huevo" y "quiere huevo, los limones agrios, las brevas fresquitas, las brevas".
Esta pieza musical refleja fielmente aquel romanticismo que Pedro Humberto profesaba por lo chileno, en donde los diseños de los pregones no sufren grandes alteraciones, insertos en una escala modal con una perfecta combinación armónica y cercana, endulzando el oído para quien reconozca en su mensaje al alma auténtica, especialmente de nuestro Santiago y el Puerto de Valparaíso, con sus personajes únicos y mágicos de antaño.
Años más tarde Oreste Plath publica su primer gran tratado folclorológico llamado "Baraja de Chile" (1946). Esta obra conjuga una serie de aspectos nacionales con una mirada amplia y llana. Al respecto, confidencia: "El músico Humberto Allende, en quien se funden lo culto y lo vernáculo, ha reunido algunos pregones en su poema sinfónico 'La voz de las calles', abarca en conjunto el grito de los mercaderes ambulantes, cuya oferta se traduce en un canto que acusa una sinceridad inocente y una vida interior inquieta y atormentada".
Plath hará lo propio, titulando este episodio como "La voz de las calles". Opinando de Allende, entrega un panorama de los diversos pregones, sus expresiones y disposición dentro del territorio nacional. Habla del día y la noche, evidenciando cómo brotan en nuestro imaginario: esterero, heladero, barquillero, pollero, entre tantos otros. Llega a narrar los sonidos detalladamente de las pérgolas como las de San Francisco y el Cementerio General de Santiago.
Tal como Allende fue pionero en llevar los pregones a la música, Oreste hace lo que ningún otro escritor, llevándolos a la literatura.