Espías chilenos en el Rímac
El periodista viñamarino Mauricio Palma Zárate revela en su nuevo libro, "Chile B", episodios registrados en las últimas cuatro décadas, donde funcionarios chilenos protagonizaron riesgosas labores de vigilancia de instalaciones estratégicas vecinas. Traiciones, curiosas artimañas, fusilamientos y secretos arreglos entre gobiernos forman parte de esta trama. Aquí, en exclusiva, un extracto del "caso Beagle".
Al mediodía del 31 de agosto de 2007, la capilla naval ubicada en la recta Las Salinas de Viña del Mar estaba repleta. Unas 300 personas fueron a despedir los restos mortales de uno de los oficiales más prominentes que haya conocido la Armada chilena en las últimas décadas. En primera fila estaban sus familiares más directos y su anciano padre, el político Sergio Onofre Jarpa, todo un ícono de la derecha conservadora chilena. El cáncer se había llevado a su hijo, el vicealmirante Sergio Jarpa Gerhard, a la edad de 65 años. Su féretro estaba cubierto por una bandera chilena y su inseparable chupalla. Aquel oficial naval, amante del campo y que fue largamente elogiado en los discursos fúnebres, también se llevó a la tumba una de las historias más controversiales en las relaciones entre chilenos y peruanos, cuando en diciembre de 1978, siendo un joven capitán de corbeta, fue sorprendido realizando espionaje en el vecino país del norte.
En Chile corrían vientos de guerra. Se estaba al borde de un conflicto armado con Argentina por la disputa de las islas Picton, Nueva y Lennox, ubicadas en el Canal Beagle, casi al fin del mundo. Tanto el general Augusto Pinochet como su par argentino Rafael Videla estaban convencidos de que la soberanía sobre estos tres islotes era una lucha patriótica que, de ser necesario, se resolvería en una sangrienta guerra. Hasta ese momento, todos los caminos apuntaban hacia ese fatal destino.
A raíz del inminente conflicto, las tres ramas de la Fuerzas Armadas chilenas desplegaron un operativo nunca antes visto en las zonas australes. Pero la preocupación de Pinochet y de los miembros de la Junta Militar no solo se circunscribía a estas recónditas islas del Beagle, sino además al límite norte, ante la amenaza de una posible invasión de tropas bolivianas y peruanas, tras el consabido deseo de las cúpulas militares de ambos países por reivindicar soberanía en los territorios perdidos.
En 1979 se cumplía el centenario de la Guerra del Pacífico, conflagración bélica en que Chile, tras lograr la victoria, anexó los territorios bolivianos que comprendían las ciudades de Tocopilla, Cobija, Calama y Antofagasta (actual región que lleva el mismo nombre) y las ciudades peruanas de Arica e Iquique (actuales regiones chilenas de Arica-Parinacota y Tarapacá). Por ello, el deseo de los militares limeños por recuperar la llamadas "provincias cautivas" se hacía más imperioso que nunca.
El plan para invadir Chile
Eloy Villacrez Riquelme fue un destacado comando paracaidista de las fuerzas especiales del Ejército peruano. Llegó al grado de capitán y actualmente lidera la llamada Asociación Patriótica por la Recuperación de Arica y Tarapacá. En 2014 escribió el libro "1975, patriotas y traidores", en que relata detalladamente los planes del gobierno peruano para invadir Chile y recuperar las provincias cautivas. Según su testimonio, a las semanas de haber asumido el poder mediante un golpe de Estado, en octubre de 1968, el general nacionalista Juan Velasco Alvarado creó la Dirección de Asuntos Estratégicos, cuyo único propósito era la guerra con nuestro país. (...)
La idea era utilizar una estrategia similar a la desarrollada por Israel en la Guerra de los Seis Días, es decir, un ataque relámpago dividido en tres etapas: Negro 1 (invadir Arica), Negro 2 (invadir Iquique) y Negro 3 (invadir Antofagasta para ser devuelta a Bolivia).
En febrero de 1975, las tropas y blindados peruanos comenzaron a desplazarse sigilosamente hacia la frontera sur. El capitán Villacrez hizo lo mismo con su grupo de paracaidistas, quienes a partir de ese verano quedaron acuartelados en el fuerte Salaverry de Arequipa. (...)
Chile volvía a estar en la mira de Argentina, Bolivia y Perú. La temible HV3, la hipótesis de guerra vecinal en los tres frentes estaba más cerca que nunca para los militares chilenos hacia finales de 1978. Y cuando todas las miradas apuntaban a las gélidas aguas del Beagle, en el otro extremo del país un arrojado capitán de corbeta de la Armada de Chile, al mando de un lento buque petrolero, ideaba la manera de obtener el máximo de información secreta en su paso por las tierras incaicas.
El puerto de Talara se ubica en el departamento de Piura, extremo norte de Perú. Es un punto estratégico por ser la mayor zona petrolífera del país y por su cercanía con la frontera ecuatoriana. Unidades militares y navales rodean el lugar y a unos dos kilómetros de este puerto se ubica la base aérea El Pato, lugar que albergaba, desde junio de 1977, 36 aviones Sukhoi SU-22, los cazabombarderos de origen ruso adquiridos por la Fuerza Aérea Peruana (FAP) y que tanto inquietaban a los generales chilenos de la época.
Era una zona caliente para los agentes del servicio de inteligencia, por lo que siempre estaban atentos a los visitantes que arribaban a Talara. Así ocurrió también en diciembre de 1978.
La llegada del Beagle
El Beagle había zarpado desde Valparaíso con destino a Talara a recoger más de 1.700 toneladas métricas de gasolina. Supuestamente era un cliente más de Petroperú, por lo que realizó sus trámites a través de la agencia Fleta Mar de Callao. Pero había un dato que el comandante de la nave chilena, capitán de corbeta Sergio Jarpa Gerhard, demoró más de lo necesario en entregar: su tripulación. A bordo del Beagle había 91 hombres, todos efectivos de la marina chilena, un número anormal pues la dotación promedio para una nave de esas características no debía superar los 30 tripulantes (...) El Servicio de Inteligencia de la Marina de Guerra del Perú se había puesto en alerta, olfateando el rastro del petrolero y sus hombres. Sería el primer y último viaje del Beagle por el mar de Grau.
A primera hora del miércoles 13 de diciembre, el Beagle atracó en el muelle 2 del puerto de Talara. Como de costumbre, subieron a bordo del buque el práctico del puerto, los delegados de la capitanía local, más algunos funcionarios de migración, sanidad y el agente peruano Oscar Seminario Guarderas, quien pudo comprobar la insólita cantidad de armamento que traía la nave chilena.
A la misma hora que el petrolero arribaba al puerto peruano, salía desde la embajada de Chile en Lima un vehículo Toyota de color rojo, placa diplomática CD007. El automóvil era conducido por un suboficial de la Armada chilena de apellido Durand y quien se desempeñaba como chofer del agregado naval de Chile en Perú, el capitán de navío Jorge Contreras Sepúlveda, hermano de quien había sido el jefe de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), el temido Manuel "Mamo" Contreras. Desde el momento en que Durand abandonó en solitario la misión diplomática, se activaron los operativos de seguimiento. En uno de los controles carreteros, el suboficial chileno dijo dirigirse de vacaciones a Tumbes. Los policías le creyeron. Minutos más tarde informaron a los servicios de inteligencia.
-¡Síganlo por todos lados! -fue la orden del comandante del Grupo Aéreo Nº 11 de la FAP, coronel Luis Abram Cavallerino, al joven teniente Juan Carlos Rosales Valencia, a cargo de la sección de Inteligencia de esa división. Sin embargo, el Toyota rojo llegó de madrugada a la zona, por lo que su paso no fue advertido por el control de ingreso carretero ubicado en la ruta Panamericana. Como un fantasma, el esquivo móvil chileno se había esfumado.
Al día siguiente, el jueves 14 de diciembre, el papeleo que debió cumplir el Beagle demoró más de lo acostumbrado. La capitanía de puerto de Talara permitió el descenso de solo diez de sus 91 tripulantes, entre los que se encontraban Jarpa y su segundo a bordo, el teniente Alfredo Andonaegui Álvarez. (...)
Durante la mañana, el teniente Rosales Valencia logró ubicar nuevamente el auto en que se movilizaba el suboficial chileno Durand, quien pernoctó en el Hotel Huanes de Talara. A las 13:00 horas salió del estacionamiento rumbo al sector portuario a encontrarse con sus compatriotas, sin percatarse de que todos sus movimientos eran seguidos subrepticiamente por el aviador peruano.
Al llegar al sector costero, Durand saludó a sus oficiales superiores, quienes vestían ropa informal, invitándolos al vehículo. El comandante Jarpa se sentó en la parte delantera del móvil diplomático y el teniente Andonaegui en la parte trasera. Cambiaron dólares en un banco y luego almorzaron en el restaurante Kori, el más renombrado de Talara. A pocos metros, Rosales estacionó su auto y esperó pa cientemente. Tenía una corazonada.
Tras la comida, el trío se dirigió a la ruta de salida de la ciudad. En el sector conocido como el Tablazo se ubica la base aérea El Pato. El objetivo de los marinos chilenos era fotografiar el recinto y así lo hicieron, desconociendo aún que estaban siendo vigilados por el teniente Rosales. Al llegar a un sector conocido como La Campana, el joven oficial peruano sorprendió a Jarpa disparando sin cesar su cámara fotográfica, por lo que decidió enfrentarlos. Apretó el acelerador y chocó el vehículo diplomático.
-¡Están detenidos, chilenos carajos! -gritó Rosales, momento en que los navales intentaron velar los rollos fotográficos. Tras un breve forcejeo, el oficial peruano les advirtió que estaban siendo apuntados desde las torres vigías de la base aérea. Los chilenos le creyeron. Fueron detenidos y llevados hasta el Batallón de Infantería Motorizada ubicada en El Alto. Fueron aislados y solo minutos más tarde, un avión militar partía a Lima con la misión de revelar las fotografías tomadas por los espías extranjeros.
A las 19:00 horas, el director de Inteligencia de la FAP, mayor general Salvador Barrios, se comunicó telefónicamente con el coronel Luis Abram Cavallerino:
-Cuento con las fotografías. Solo se velaron unas pocas, pero las que tengo son suficientes y altamente comprometedoras para los chilenos. Tenemos una bomba, Abram, una bomba -dijo Barrios al comandante del Grupo Aéreo.
Las más de 40 fotografías mostraban una serie de objetivos de interés estratégico como puentes y siderúrgicas. Para la inteligencia peruana resultaba una presunción clara de futuras acciones de sabotaje. Y no solo eso. El detenido y líder del grupo espía era nada menos que el hijo del embajador de Chile en Argentina, Sergio Onofre Jarpa.
Efectivamente, Barrios tenía una verdadera bomba. (...)
EXPULSADOS
Los detalles del acuerdo al que llegaron ambos gobiernos no trascendieron, pero lo cierto es que la Junta Militar peruana decidió expulsar a los marinos chilenos y mantener en secreto el asunto .
A las 03:00 de la madrugada del viernes 15 de diciembre de 1978, los tres chilenos partieron en un avión Antonov 26 rumbo a Lima. Cinco horas más tarde llegaron al aeropuerto de la capital peruana, bajo un gran resguardo de soldados fuertemente armados. A esa misma hora, zarpaba desde Talara el petrolero Beagle, no sin antes recoger a otros cinco de sus tripulantes, quienes habían pasado la noche entera siendo interrogados en la base militar de Sullana.
A menos de 40 horas de haber sido descubiertos en pleno acto de espionaje, en el más estricto sigilo, Sergio Jarpa, con un vistoso parche en su ceja izquierda, y Alfredo Andonaegui, cubriendo una herida en su oreja producto del duro interrogatorio, subían la escalinata de un avión LanChile para ser devueltos a su patria, escena que fue captada por un anónimo fotógrafo y que semanas más tarde apareció como parte de un extenso artículo publicado por la revista limeña Caretas, que investigó a fondo el llamado "caso Beagle". (...)
El oficial Sergio Jarpa, lejos de ser amonestado por su institución, continuó con una brillante carrera naval. En 1992 fue nombrado comandante en jefe de la Escuadra chilena, llegando a ser vicealmirante de la Armada.
Juan Carlos Rosales Valencia, el joven teniente de la FAP que logró desbaratar este intento de espionaje, solo recibió una felicitación en reconocimiento a su valerosa acción. Ocho años más tarde de haber colgado su uniforme, señaló en una entrevista concedida al diario La República: "Nunca llegué a saber ni comprender qué fue lo que el gobierno peruano negoció con el régimen del general Augusto Pinochet, para que un delito flagrante de espionaje contra el Perú no fuera objeto de proceso ni de sanción" .
"El deseo de los militares limeños por recuperar la llamadas 'provincias cautivas' se hacía más imperioso que nunca".