¿Y qué pasaría si colapsa el sistema?
Una serie de televisión independiente puso sobre el tapete un tema que hace algunos años viene preocupando a intelectuales y políticos: el quiebre de las sociedades industriales en las que vivimos. A esta disciplina le llaman "colapsología".
Toma 2: cinco días después del colapso, los autos se amontonan frente a una bencinera. Todos piden gasolina para llenar sus vehículos y escapar a algún lugar donde las cosas aún funcionen. El dinero ya no sirve. El dueño de la estación pide comida y víveres no perecibles a cambio de un poco de combustible. Se ha perdido el valor del dinero, pero la multitud aún respeta un cierto orden. Eso, hasta que un policía abusa de su autoridad e intenta sobreponerse al resto haciendo uso de la violencia, con su arma de servicio. Allí emergen los instintos más básicos y reina de la ley del "sálvese quien pueda".
Toma 3: seis días después, un hombre rico, perteneciente a aquel selecto grupo de los realmente poderosos, se despierta en su lujosa finca, donde el colapso aún no toca su puerta. Una llamada de urgencia lo hace reaccionar: debe tomar un avión en pocos minutos para viajar a aquella isla donde opera un refugio destinado solo a aquellos que han pagado millones para salvar su vida ante un eventual fin del mundo. En el camino, deja atrás a sus cercanos, humilla a sus empleados y arrasa con quienes no pertenecen a su privilegiado grupo de supervivientes.
Toma 4: 25 días después, un grupo de sobrevivientes llega hasta una comunidad donde se ha instaurado un incipiente nuevo sistema colaborativo, en el cual todos cooperan para mantenerse en cierto estado de bienestar. Pero los defectos de la sociedad no han desaparecido del todo y, entre los recién llegados, aparecen la desconfianza, el egoísmo y el individualismo.
Toma 5: han pasado 45 días desde el colapso. Ya no hay electricidad en el mundo, lo que acarrea un problema mayor. Las centrales nucleares no pueden enfriarse y varias han explotado ya. En una épica campaña, un grupo de personas intenta mantener frío el núcleo de una central llevando agua del río, como una forma de salvar lo que queda del mundo.
Toma 6: 50 días después, la necesidad de supervivencia ha corroído principios como la compasión, la solidaridad y la empatía. Salvo en un hogar de ancianos donde un joven cuidador acompaña a los ancianos en su camino hacia una muerte inevitable, debido al abandono y al desabastecimiento. Su gesto es solitario y conmovedor, pues ya no quedan personas como él.
Toma 7: 170 días tras el colapso, hay una esperanza. Una mujer viaja en un yate a mar abierto con el fin de llegar a una isla donde está la salvación. Claro que no nos confundamos: no será para todos, sino solo para aquellos que fueron los arquitectos del sistema y que, gracias a su dinero e influencia, lograron obtener un cupo en este selecto y privilegiado refugio.
Cada una de las anteriores escenas corresponde a un capítulo de la miniserie de televisión francesa "El colapso", una producción independiente realizada el año pasado pero que solo hace un par de meses ha comenzado a dar que hablar, luego de entrar en una de las tantas plataformas de streaming que proliferan por estos días (Filmin).
Tal como anticipa su nombre, se trata de un miniserie de ficción que versa sobre una pregunta que poco nos hacemos, pero que hace décadas da vueltas en las cabezas de algunas intelectuales y políticos: ¿y qué pasaría si colapsa el sistema?
Hasta ahora, la cultura popular nos ha acostumbrado a los apocalipsis zombies, los desiertos posnucleares y las destrucciones masivas a causa de guerras, virus y hasta invasiones alienígenas. Pero no hay nada tan escalofriante -y verosímil- como pensar en un colapso real de la estructura económica, política, social y cultural en la que vive la humanidad, casi sin notarlo, desde hace más de un siglo. Aquello que, coloquialmente, llamamos "el sistema".
La serie, filmada en un tono muy realista, en capítulos breves y hechos en plano secuencia (esto es, en una sola toma), ha despertado pesadillas en las sociedades que más cómodamente viven "del sistema", más aún cuando su difusión llega en el peor de los momentos: en medio de una pandemia global de coronavirus que nos ha obligado, en varios sentidos, a desarmar nuestras estructuras de vida y poner en cuestión aquellas seguridades que nos da la sociedad.
¿Es posible que caiga el sistema? Según algunos "colapsólogos", como se ha llamado a los pensadores que estudian un eventual fin de nuestras sociedades industriales, es una posibilidad real.
La "colapsología" fue desarrollada al alero del Instituto Momentum, en Francia, y define el colapso como "el proceso al final del cual las necesidades básicas (agua, alimentación, vivienda, vestimenta, energía, etcétera) ya no se proporcionan (a un costo razonable) a la mayoría de la población por medio de servicios enmarcados dentro de la ley", según escribió en 2015 François Bonnet en su artículo "Introducción a la colapsología". Los verdaderos teóricos del colapso fueron los pensadores Pablo Servigne y Raphaël Stevens, quienes ese mismo año publicaron el libro "Cómo todo puede colapsar: Pequeño manual de colapsología para las actuales generaciones".
"La colapsología es el ejercicio transdisciplinar del estudio del colapso de nuestra civilización industrial y lo que le podría suceder, apoyándose en las dos formas cognitivas que son la razón y la intuición y sobre trabajos científicos reconocidos", señalan Pablo Servigne, ingeniero agrónomo, y Raphaël Stevens, investigador y eco-consejero, en este señero libro.
Esta concepción de un inminente fin de la sociedad industrial tal como la conocemos, que ha sido abordada por varios teóricos en los últimos años, se alimenta de diversas fuentes: la crisis climática por el calentamiento global y sus desastrosas consecuencias sobre la biodiversidad, la habitabilidad y el clima; la escasez energética ante el eventual agotamiento del petróleo y los combustibles fósiles; el quiebre de las democracias actuales; la crisis alimentaria derivada de un crecimiento exponencial de la población y la limitada disposición de alimentos; y, especialmente, una gran crisis del sistema económico, como consecuencia de la reducción del mercado del trabajo (debido a la automatización y la precarización), una eventual caída del sistema financiero que sostiene nuestra economía global (al modo de una gran burbuja) y la menor disponibilidad de recursos para adquirir bienes y servicios en la economía global.
"Es una serie de catástrofes que no podemos parar y que tiene consecuencias irreversibles sobre la sociedad. No podemos saber lo que la desencadenará: un crack bursátil, una catástrofe natural, el derrumbe de la biodiversidad… Lo que podemos afirmar, es que todas estas crisis están interconectadas y que pueden, como un efecto dominó, activarse entre ellas (…) Hay que imaginarse una vida sin nada en los cajeros automáticos, donde se raciona la gasolina, donde el agua a menudo no llega, con grandes sequías y grandes inundaciones. Hay que prepararse a vivir estas tormentas", ha dicho Servigne.
Aunque la colapsología solo se ha bautizado así en la última década, todos coinciden en apuntar como precursor de esta disciplina un estudio titulado "Los límites del crecimiento", liderado en 1972 por los académicos Dennis y Donella Meadows, del prestigioso MIT, quienes hicieron una proyección del crecimiento mundial en el marco de la crisis del petróleo. Su conclusión fue que "si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcanzará los límites absolutos de crecimiento en la Tierra durante los próximos cien años".
La solución propuesta por los científicos fue entrar en una etapa de "crecimiento cero" o "estado estacionario", de forma tal de no llegar a un colapso. Este informe ha tenido diversas actualizaciones hasta 2012, el cual apunta que ya estaríamos en los límites del crecimiento posible y recomendaría hacer cambios profundos hacia estructuras que requieren un menor consumo de recursos.
Aunque lo aborda desde distintos factores, la colapsología actual apunta fundamentalmente al crecimiento desmesurado de la sociedad industrial como el "talón de Aquiles" del sistema. "Para mantenerse, evitar los desequilibrios financieros y sociales, nuestra civilización industrial se ve obligada a acelerar, complicarse, y consumir cada vez más energía", han señalado los autores Servigne y Stevens, advirtiendo que los sistemas de los que dependemos son cada vez más débiles.
"La paradoja que caracteriza nuestra época es que, cuanto más potencia tiene nuestra civilización, más vulnerable se vuelve. El sistema político, social y económico moderno gracias al cual más de la mitad de los humanos vive agotó fuertemente los recursos y alteró los sistemas en los que estaba basado. Al punto de deteriorar peligrosamente las condiciones que antes permitían su expansión, que hoy garantizan su estabilidad, y que le permitirán sobrevivir", enfatizan.
Más que una ciencia o una disciplina, la colapsología se considera una corriente de opinión pues, si bien se alimenta de datos concretos, en gran parte sus conclusiones provienen de una intuición o una anticipación. Sin embargo, no están solos en sus temores y no son pocos los teóricos de diversas áreas que anticipan con preocupación que nuestro sistema de vida se vuelve una maquinaria cada vez mayor, sostenida sobre pilares cada vez más débiles.
En su libro best seller "Homo Deus: una breve historia del mañana", el historiador israelí Yuval Noah Harari, autor del exitoso "De animales a dioses: una breve historia de la humanidad", advierte en parte sobre los riesgos del crecimiento económico que se ha acelerado a niveles impresionantes en apenas unas décadas: "La economía moderna necesita un crecimiento constante e indefinido para sobrevivir. Si el crecimiento llegara a detenerse, la economía no se asentaría en un cómodo equilibro: se caería a pedazos".
Diversos colapsólogos han estimado fechas para este eventual gran quiebre, pero muchos apuntan a que será dentro de este siglo.
En sus siguientes libros, "Otro fin del mundo es posible, vivir el derrumbe y no solamente sobrevivirle", de 2018, y "La ayuda mutua, la otra ley de la selva", de 2019 (este último, inspirador en parte de la serie "El colapso"), Servigne y Stevens reflexionaban sobre qué cambios debía adoptar la sociedad industrial para vivir tras el colapso, sustituyendo la visión de competencia por la de solidaridad.
"Es importante decir que es necesario y posible organizarse colectivamente. No es algo natural para todo el mundo. El problema es que, aunque todos estén de acuerdo sobre los hechos (clima, biodiversidad, etc.), cada uno tiene su propia idea sobre qué hacer… y todo el mundo discute", dijo Servigne al diario Le Monde. "El reto hoy es ponerse de acuerdo sobre un relato (o varios), y coconstruirlo juntos", añadió, precisando que prefiere una organización local antes que un sistema a gran escala.
La evolución de los sistemas agrícolas, la sobriedad energética y los sistema de ayuda mutua locales son algunas de las ideas que proponen los colapsólogos para el futuro. Eso sí, coinciden en que este inminente quiebre no es el fin, sino el principio de nuevo porvenir… tal como ha ocurrido tantas veces en la historia de la humanidad.
Toma 1: han pasado dos días desde el colapso. La gente acude en gran número a los supermercados en busca de provisiones. Ya se ven estanterías vacías y ausencia de algunos productos vitales y otros no tanto, pero que son "esenciales" para nuestro estilo de vida. Algunos cortes de luz y el repentino fallo del sistema de pago electrónico auguran que las cosas se volverán más complicadas en poco tiempo.
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Por Marcela Küpfer C.
La serie "El colapso" se ha convertido en la más comentada del momento... y no está en netflix.