El bufón
El bufón, durante la historia, ha cumplido una peculiar labor. En resumen: incomodar al poder. Así, se ha entendido como una persona con atributos especiales, como la elocuencia y la gracia, y con ciertos privilegios circunstanciales, que es capaz de decirle al Rey, a través de una sátira rutina o un montaje carnavalesco, lo que sus súbditos son incapaces de
pronunciar.
De esta misma forma se nos presenta Stefan Kramer, nuestro bufón contemporáneo. Un artista con indiscutibles talentos y con ciertos privilegios, como él mismo reconoció en el Festival de Viña, que viene incomodando al poder desde hace un par de años con sus hilarantes representaciones. Este, hace pocos días, nos enseñó su último trabajo; una imitación al Ministro de Salud Jaime Mañalich que, obviamente, consiguió viralización y aplauso de forma inmediata.
En esa línea, así como se reconoce la función social del bufón -incomodar al poder-, es prudente considerar que esa rutina se realiza en medio de la peor crisis sanitaria del mundo en las últimas décadas, la cual ha cobrado la vida de miles de personas en el mundo y de 4 compatriotas en nuestro país. Así, no parece ser prudente mofarse de nuestra máxima autoridad sanitaria. Por el contrario, la rutina humorística solo viene a debilitar a la persona encargada de la salud de todos los chilenos, en circunstancias que la misma OMS ha reconocido que el manejo de la crisis por parte del Gobierno de Chile ha sido
el adecuado dadas las
circunstancias.
En suma, si en una Monarquía era necesario el rol del bufón, más aún en una democracia. Pero la democracia tanto como exige a sus gobernantes, también exige a sus bufones. Y ambos deben estar a la altura.
Javier A. Labrín Jofré