"Si la mujer fuese más considerada en la Iglesia, no estaríamos en esta crisis"
Eugenia Valdés, una monja que no responde al estereotipo del imaginario colectivo, y que -sin embargo y como ella misma dice-, representa a muchas de sus colegas. Defensora de la adopción homoparental y crítica de la jerarquía eclesiástica, la "hermana Quena" hace carne el evangelio en el día a día.
Convicción. Si María Eugenia Valdés -la religiosa, la trabajadora social, la mujer- tuviera que resumir su esencia en un único concepto, probablemente sería ese. Quena, como le gusta ser llamada, es de hablar franco y directo. Y de un actuar similar. Lo de ella es "la Iglesia de a pie" y el estar "donde las papas queman". Una monja poco común -crítica de su propia institución y encargada de la Pastoral de la Diversidad Sexual (Padis) -que sueña con cambiar al clero… desde dentro.
Para Valdés, lo principal es la acción social y no le tiembla la voz para denunciar el elitismo de la Iglesia local. Lo dice con conocimiento: Bajos de Mena, Reñaca Alto y otras poblaciones -"siempre poblaciones"- la han albergado en sus casi 30 años de vida consagrada. "Mi mamá era de Las Condes. Yo iba a misa cerca de ella y en muchas ocasiones había dos sacerdotes concelebrando y otro en el confesionario. En la población donde yo vivía, en Puente Alto, teníamos misa cada dos semanas, porque no había curas. ¡Eso no puede ser!" dice enfática. Porque si bien reconoce la necesidad de que la palabra de Cristo llegue a las esferas que toman las decisiones, dan empleo o crean las políticas públicas "no podemos dejar de lado a los más pobres". A esta monja le duele ver cómo la Iglesia ha fallado varios aspectos.
- ¿Ha sido la soberbia uno de los principales pecados que ha llevado a la curia a este punto tan doloroso?
- "Yo creo que sí. Somos una sociedad machista, y en la Iglesia eso se acentúa especialmente. Machismo, clericalismo, acaparación de poder, etc., son elementos que se conjugan al interior de la institución. Entonces, si bien hay testimonios de vida preciosos de muchos consagrados, lo que sobresale son las situaciones de abuso. Un abuso de toda índole, de poder, de conciencia, sexual".
Un abuso que, denuncia, ha tenido a los hombres como protagonistas: "Yo creo que si la mujer tuviese un lugar más significativo en la Iglesia, si fuese tomada más en cuenta, más incorporada, no estaríamos en esta profunda crisis".
- Las voces de las víctimas que se han visibilizado también han sido principalmente masculinas…
- "A la mujer maltratada, golpeada o abusada en su hogar, en su trabajo, le toma un gran esfuerzo sacar ese dolor a la luz. En la Iglesia no es distinto, porque es la institución la que no la valora, la que la deja en segundo plano. Entonces, me parece que es muy importante visibilizar esos testimonios, como el de Marcela Aranda, abrir el espacio y creer".
Respecto a este último punto, reconoce que le llama profundamente la atención el cuestionamiento hacia las víctimas y la falta de sensibilidad de algunos sectores: "Creo que un testimonio de esa envergadura no se puede poner en duda. ¿Cómo llegamos a esa aberración? No lo sé. Eso se tiene que erradicar", afirma.
Sus dardos los dirige nuevamente a la jerarquía eclesiástica a la que acusa de haber sido "muy poco empática desde que apareció el tema de los abusos de Karadima (…) hasta el Papa acogió a James, a Juan Carlos, a José Andrés; y aquí en cambio, siento que se les ha ninguneado bastante".
-No es un panorama muy alentador…
- "Yo quiero tener la esperanza de una verdadera actitud de conversión. No conozco muy bien a Celestino Aós, pero me produce mucha empatía que sea capuchino. Sin embargo, creo que es importante que el caminar que él haga como pastor vaya acompañado de acciones concretas. Frente a eso, que se hiciera acompañar por Ricardo Ezzati en una misa tan importante para los católicos como la del Jueves Santo, fue un mal gesto. Un gesto que golpea, que duele".
Valdés no se queda ahí, su postura "discutidora" -como se define a sí misma entre risas- la dirige también hacia el convenio que la Iglesia estuvo a punto de cerrar con el Ministerio Público: "Eso también hace daño, aunque ahora la fiscalía dio marcha atrás. Tenemos que ser mucho más cuidadosos; acompañar este deseo de construir una iglesia distinta no solo con palabras, sino con señales concretas y elocuentes", sentencia con el convencimiento de quien quiere vivir como y para Cristo.
Porque pese a ser crítica de la jerarquía y muchas de las acciones del clero chileno, confiesa que no concibe la vida alejada de la Iglesia, pues se siente profundamente arraigada al evangelio, "es desde adentro que quiero hacer estos cambios, porque aquí también he descubierto a personas que se la juegan, sé que no estoy sola", afirma con convicción, y continúa: "Ayer mismo compartía con Julia, una mujer maravillosa, llena de enfermedades, que nos había hecho pan amasado, empanadas, e invitado a tomar el té. Una mesa puesta para comer juntos, en medio de su pobreza, pero con enorme dignidad… allí encuentro al Señor. Eso me emociona, me sostiene y digo, ¡yo aquí quiero estar!" relata con emoción.