En el taller del último proyector de sueños de cine
Conozca a este mecánico que posee una colección privada de 24 proyectores cinematográficos adquiridos y repuestos a pulso. Una historia revelada desde su casa.
El cine, desde su cuna, ha cobrado vida inusual en el ADN colectivo de los amantes del llamado Séptimo Arte, personas que viven cada proyección como si fuese la última. La inolvidable.
También en el de nostálgicos solitarios "detrás del telón". De esos que proyectan historias cinéfilas ataviados en capa azul al overol en las penumbras, como Juan Ramón Gallardo Núñez, santiaguino, técnico mecánico de oficio (talento heredado de su padre), que en 1962, junto a su esposa Ester -que hasta hoy lo acompaña-, en pleno año del Mundial de Fútbol en nuestro país, lo apostó todo por nuestra región.
Aquí llegó a cerro Esperanza. Peñablanca. Y Viña del Mar. "Un día desarmé una máquina intercomunal. De allí no paré. ¡Corrió la voz como pólvora!", recuerda con melancolía.
Ahora Juan Gallardo, pasada su séptima década de existencia, carga no sólo las herramientas. También una ciática a la espalda que lo tiene en la incertidumbre de colgar, en este caso, los implementos. "Ya hice lo mío, tengo mis cosas", asiente con pena.
Años antes, y con la chispa de la juventud, demostró que de cabro la inventiva era lo suyo: "Yo inventé el trabador de caja de cambio en 1953: que es cuando se salta la marcha a neutro", revela con tono bonachón. Todo mientras opera, cual cirujano, un torno para hacer piezas... las mismas que a un costado pulirá a la restauración para dejar impeque algo más que una pasión: sus 24 proyectores cinematográficos, hoy repuestos.
Los mismos artefactos mágicos que pretende mostrar en alguna inédita exhibición. "Muy pronto, junto a mi socio Marcelo Dinamarca, cineasta", augura con fe. Tanta como la que inyecta a su pega.
Los repara, pone su ampolleta, hasta calibrarlos al detalle perfecto. Proyectores pequeños, como para televisión; y grandes, los de cine con sistema electrónico y sonido óptico.
"Esto nace a los ocho años", dice Gallardo. A esa edad, su padre, tal mecánico, le consiguió un proyector con el que disfrutó de sus monos animados favoritos como el 'Pájaro loco'. "Era como tener un vídeo de ahora. En ese tiempo los ñatitos de plata eran los únicos que lo tenían".
La mayoría de los proyectores, Juan Gallardo los ha conseguido a la puja de remates. A particulares. Allí asoma uno grande. De cine. Que perteneció a la Universidad Santa María: mide dos metros y pesa 300 kilos. De tonalidad verde. Canadiense del año 38. "Es el más grande que tengo. Me demoré como tres meses en repararlo. Una maravilla", acuña alegre, como palpa a la vida.
También uno de los pequeños, de 40 centímetros de alto: marca Eumi, alemán de fabricación, con cinta y sonido magnético que salió en 1960, un súper 8. "Lo terminé de arreglar". De los proyectores antiguos, el Keystone inglés, de 1940, 8 milímetros y sin sonido. Todas joyas -así las califica- y que aplica mecánica en sus ratos libres, ya que lo que le da a comer son sus trabajos a la mecánica automotriz, aunque, en realidad, a la mecánica en general.
¡Bajen el telón!
Por instantes, una entrada a la dimensión desconocida propia del universo fílmico de la cinta italiana Cinema Paradiso o un film de Federico Fellini, se abre ante nosotros. Deslumbra.
Pero estamos al presente, en la esquina de 15 Norte, casi a la entrada de Santa Julia, en la columna vertebral Viña del Mar.
Allí, en esta casa-taller (porque aquí ha vivido junto a su esposa e hijos... que ninguno siguió su oficio), tan abierta como aquel arte capaz de hacer vivir, respirar y soñar, invita a la curiosidad. "Este es mi telón moderno, estándar". De hecho, al estirarlo, los dos metros cincuenta de extensión genera una oscuridad total al interior del taller. "Acá proyecto mis películas", cuenta Gallardo, a la vez que se inspira con sus cintas favoritas al rodaje; esas de cine clásico como las de los actores Steve McQueen y Charles Bronson, sus regalones.
Aquí, una vez sentados a las butacas imaginarias entre máquinas soldadoras, hidráulica, taladro de pedestal y esmeril, la luz pasa por una parte de la película. Como antaño, se proyecta, como la aguja del tocadiscos. Así imagen y sonido salen junta al mismo tiempo.
Juan Gallardo corrobora. Sonríe. Se emociona. ¡Luz, cámara y acción!