Los años mozos del último jefe de la estación de Cartagena
Vicente Palma cuenta la bella historia de cómo llegó a ser el director del recinto de ferrocarriles más concurrido de los veranos de los años setenta. Y eso que solo tenía 28 años.
Pilar Campos Carmona - Líder de San Antonio
Cuando el padre de Ruth Escanilla vio que Vicente Palma recibía los ferrocarriles en Santiago, lo miró de pies a cabeza y le tiró los papeles a la cara.
Por ese entonces, su futuro suegro había jurado que jamás en su vida dejaría que su única hija se casara con un ferroviario. "Mi suegro trabajaba de conductor y no quería que su hija saliera con alguien así, irónico", recuerda entre risas.
Vicente y su querida Ruth habían guardado el secreto para evitar problemas, pero luego del episodio no tuvo otra que hacer méritos para desposar a su amada. "Para qué le íbamos a decir, ¡ni loco!, estábamos pololeando no más. Además, a la larga nos quisimos mucho con mi suegro, nuestra relación fue muy especial".
En realidad, trabajar en las vías no era un problema para Vicente, pues su padre se desempeñaba en el mismo rubro y con eso se pagaba la universidad.
"Yo quedé en Medicina en la Universidad Católica, pero como mi papá era sólo un operario de ferrocarriles yo debía trabajar de día y estudiar de noche para solventar los gastos".
Vicente no tenía becas, ya que él mismo se describe como un "alumno del medio". Así que por más que luchó por salir adelante no pudo detener lo inevitable. "Mi papá me dijo que ya no podía pagar la carrera porque era carísima. Me las lloré todas porque ni alcancé a estar tres meses", cuenta resignado.
Y aunque presenció con sus propios ojos la primera operación a corazón abierto realizada en Sudamérica, debió dejar su sueño de ser un gran médico y volver a la realidad. Así es que siguió en los ferrocarriles a ojos cerrados.
Ferrocarriles
Don Vicho, como prefiere que lo llamen, debió trasladarse a vivir con camas y petacas a Cartagena cuando recibió un llamado muy importante.
"Después de golpe militar me llamó un coronel y me dijo que tenía que hacerme cargo de la Estación de Ferrocarriles de Cartagena porque era un hombre confiable que no estaba metido en nada malo".
Vicente no estaba implicado en política, por lo tanto para las autoridades de la época era el candidato ideal para realizar esta labor que inició desde el 8 de julio 1974, a la corta edad de 28 años.
"Era un lolo y nadie me creía que yo era el jefe de estación", indica orgulloso.
Para ocupar el puesto tuvo que dejar a su amada en Santiago, ya que ésta se encontraba cursando su práctica profesional.
"Me dijeron que la iban a trasladar, pero pasaron como cuatro meses para que estuviera conmigo otra vez", agrega.
Entre los deberes que debía realizar don Vicho estaba registrar la llegada y salida de los trenes, verificar las condiciones del motor, del maquinista y de los otros trabajadores.
"En invierno llegaba un tren por día, así que no era problema hacer todo junto a mi asistente Ernesto González. El verano era diferente, nosotros podíamos vender 20 mil pasajes, por eso mandaban apoyo (boleteros)".
Vicente recuerda que en los días en que había mayor afluencia de pasajeros "algunos se iban colgando" y que su paso por los ferrocarriles "fue agradable, pasé muchas más alegrías que rabias".
Familia
Vicente pololeó con Ruth seis años y finalmente en 1971 se arrodilló para preguntarle si quería ser su esposa.
"Yo le decía que prefería que se recibiera de profesora porque si me moría, no le iba a poder dejar nada. Así que apenas se recibió nos casamos" .
Con el tiempo se pusieron en campaña de agrandar la familia, pero algo no andaba bien.
"Mi señora no podía tener familia y si por milagro llegaba a concebir, tenía que estar los 9 meses en cama".
Sufrieron tres abortos espontáneos, así que aunque Vicente no era muy creyente recurrió a la fe.
"Una monjita me dio una estampa para hacerle una manda a Ramón Nonato".
Vicente rezó y pidió para que su esposa, que se encontraba con hemorragia, no perdiera a su hijo. "Le pedí con mucha fuerza y a la media hora me avisan que se encontraba mejor". Después que San Ramón Nonato le concedió este milagro, no se le ocurrió mejor idea que pagar el favor poniéndole el nombre del santo a su hijo. "A los siguientes dos les pusimos María Ruth por la santísima virgen y Alejandro por la monja que nos ayudó".
Criaron a sus hijos con mucho cariño y dedicación; de hecho, Vicente se arrancaba a cuidar a sus hijos casa vez que podía, ya que su casa estaba a unos cuantos metros de su lugar de trabajo. "Corría para la casa, mudaba el cabro y volvía a trabajar. Menos mal que vivía al frente".
Cuando Vicente termina la frase, se detiene para respirar y con pena recuerda que hace casi dos meses el amor de su vida partió de este mundo. "Yo quisiera volver al pasado con la experiencia que tengo ahora y con el amor que tengo por ella. Repetiría todo, con todas las peripecias… todo. Aprovecharía mejor el tiempo".
Para él es inevitable recordar cada momento que pasó con su esposa Ruth y los que no. Son esos momentos en los que la recuerda más.
"A ella le gustaba el tango pero a mí no. Me decía que la acompañara y yo prefería que fuera sola… ahora me arrepiento".
Pero como la vida nos llena de experiencias, tenemos el deber de sugerir a los demás el camino a seguir. "A todas las personas les digo que amen a sus mujeres y que las mujeres deben ser más tiernas, porque el hombre siempre va a ser un niño y ellas son las que afianzan el hogar".
Como en todas las relaciones es 50 y 50, por eso Vicente indica que hay que tratar de disfrutar mientras se pueda. "Ella era profesora y yo también tenía mi carácter, pero lo pasábamos tan bien. La vida es maravillosa, pero a veces no sabemos captarla".
Vicente siente un amor profundo, mucho más grande que cualquier película de romance, simplemente no pasa un día en que no recuerde al amor de su vida.
Prefecto de disciplina
A pesar que jubiló hace un par de años, Don Vicho se mantiene activo trabajando como prefecto de disciplina (inspector) del Colegio Fundación Fernández León.
"Vivimos en Cartagena hasta el año 1981, cuando que cerraron la estación y me derivaron a Barrancas. Después me fui a Santiago y jubilé".
Hace quince años se desempeña en el lugar en donde los apoderados y alumnos le tienen un gran cariño. "Yo vi a mi hijo hacer su práctica y que después iba muy seguido al colegio. Un día me dijo que iba a ser el director y yo no lo podía creer", cuenta con orgullo.
Vicente está feliz que su hijo haya seguido los pasos de su madre, ya que era de esas profesoras que se quedan en el corazón de los estudiantes.