El informante secreto del caso "sicópatas de Viña del Mar"
Manuel Campos entraba a la cárcel como "Pedro por su casa". A través de su trabajo, pudo conocer de primera mano las penas de los condenados a muerte.
Miguel Yáñez Hernández - La Estrella de Valparaíso
Entre el 5 de agosto de 1980 y el 1 de noviembre de 1981, los ex carabineros Jorge Sagredo Pizarro y Carlos Topp Collins asesinaron a diez personas en diversos puntos de la Quinta Región. Ambos confesaron sus crímenes y fueron sentenciados a la pena de muerte. Permanecieron un tiempo en la cárcel de Valparaíso, para luego ser fusilados en Quillota el 29 de enero de 1985. El hasta ese entonces general Augusto Pinochet les negó el indulto, aunque se les justificaran problemas siquiátricos a ambos autores.
Este contexto pertenece al brutal caso denominado "Los sicópatas de Viña", que concluyó con la última ejecución realizada en Chile antes de ser abolida la pena de muerte en 2001 por el Presidente Ricardo Lagos.
Cada detalle de este caso fue cubierto profusamente por la prensa de la época. Ciertas exclusivas ayudaron a dilucidar las aristas más sabrosas e inéditas de este caso policial. Algunas de llas provenían del "informante secreto" que asistía al periodista del matutino La Tercera, Hernán Camacho (fallecido en 2012). Las filtraciones eran golpes periodísticos y muchas veces estaban impresas en primera plana.
Pero ¿quién era este informante y cómo llegó a convertirse en una fuente del caso sicópatas de Viña? Manuel Campos Céspedes, hoy de 64 años, trabajaba en ese tiempo en una fábrica de confites, por lo cual recorría con mucha frecuencia las calles de Valparaíso. "Ahí conocí a Hernán (Camacho). No recuerdo el motivo, pero fuimos muy amigos", recuerda el comerciante.
Al enterarse que el comunicador estaba al frente de la investigación del tema del momento, Campos se ofreció para filtrar información, ya que contaba con palco exclusivo para conocer cada detalle al pie de la letra y en la voz de sus protagonistas: podía entrar a la cárcel de Valparaíso. ¿Y cómo llegó ahí? Resulta que el comerciante -quien reconoce que lo hizo más por amistad que por contribuir a la justicia- en aquel momento abastecía al recinto penitenciario porteño con sus productos y mercancía.
"Entraba como Pedro por su casa. A lo más me revisaban la maleta y me iba directamente a la cantina seca (...) Me hacían el pedido y me retiraba", recuerda.
-¿Y cómo llegó a tener acceso con los reos?
-Conocí a algunos gendarmes y me hice muy amigo de ellos. Ahora, ya están todos retirados. Ahí conocí a los presos, en el patio, andaban sueltos. Con el que más conversaba era Sagredo, porque él tenía cierto parentesco con mi mujer (era hermano de la cuñada de su esposa). Y al saber quiénes éramos, hablamos de todo... A calzón quitado. Entonces, Hernán me pidió unas paleteadas y ahí se las hice. Conversaba con los presos y sacaba toda la información para afuera.
-¿Y los condenados sabían que usted hacía eso?
-Sagredo, sí. Saqué datos re sabrosos, porque cuando había problemas, yo entraba con una máquina fotográfica pequeña que la escondía en la cintura. A los gendarmes les pasaba una bolsa de confites y ahí se quedaban. Yo entré a lo que tenía que hacer y Sagredo tomaba las fotos.
-¿Y qué datos sabrosos obtenía?
-Tengo que echar el cassette para atrás, porque han pasado más de 30 años y no me acuerdo mucho la verdad. Lo que sí sabía era que a Sagredo lo venían a ver constantemente, más que a Topp Collins: venían a visitarlo sus familiares, pasaban horas... Carlos era más cerrado y huraño… Creo que él no sabía que obtenía información de ahí.
-¿Y por qué Sagredo le aceptaba que sacara información?
-Porque Hernán mantenía a la niña de Sagredo: la vestía y le ofrecía un montón de garantías. Incluso yo tenía cartas escritas por Jorge que se las pasaba al periodista. Pero me las devolvió y las guardé… La hermana de Sagredo, Nora, me las robó cuando fue a visitar a mi mujer.
-¿Y sentía temor al filtrar lo que pasaba ahí?
-Sí, pero no había cómo saberlo, el único que lo sabía era Hernán. Si él me vendía a mí, iba a quedar la escoba y peligraba. Sabía que me tenía que cuidar. Yo andaba sin miedo, llegaba a la cárcel y los gendarmes abrían la puerta, nos saludábamos, y me revisaban la maleta para comprobar que no tenía nada. A lo más, me tocaban acaso si portaba un arma. Yo ni hueón iba a llevar una, ¿para qué?
-¿Y nunca nadie sospechó de usted?
-No, porque yo nunca andaba de segundo plano. Yo entregaba la información, pero el periodista era quien ponía el pecho a las balas. Él no tenía porqué dar la fuente, le podían apretar el cogote y no iba a decir nada.
Sagredo arrepentido
Al ser visitante frecuente de la cárcel porteña, don Manuel conocía el día a día de los "sicópatas de Viña" y estableció con el tiempo un vínculo importante con Jorge Sagredo. Con Carlos Topp Collins no se relacionaba mayormente, con suerte intercambiaban un cordial saludo.
En su estadía, Campos recuerda también que ambos criminales permanecieron peleados por un periodo, aunque desconoce los motivos que desencadenaron aquello. "Estuvieron un buen tiempo así… Uno estaba al final del patio y el otro, en un sector más alejado", recuerda.
En sus conversaciones diarias, el comerciante admitió que uno de ellos le realizó una importante confesión. "Jorge era el que más sufría adentro, porque su hija le tiraba mucho… Después, estaba totalmente arrepentido, pero decía que ya era demasiado tarde. Era lógico, ya había dejado la tremenda cagada", cuenta Campos.
El fusilamiento
Manuel Campos siguió siendo testigo presencial hasta el final de este importante caso, a tal punto que estuvo presente en la ejecución de los dos ex uniformados en Quillota. "Incluso después del fusilamiento, seguía yendo a la cárcel de Valparaíso"; comenta.
-¿Cómo llegó a presenciar el momento del fusilamiento?
-Porque Hernán era uno de los periodistas autorizados para estar allá. Y ellos podían llevar a una persona y él me llevó a mí. Presencié todo, el periodista estaba siempre en primera fila y yo a su lado haciéndome el de las chacras, total nadie me ponía problema, porque Hernán imponía respeto por su estatura y porque era muy conocido. Los fusilaron en Quillota, porque no había otro lugar, nadie quería aceptar.
-¿Y qué reacción de los condenados le llamó la atención?
-Sagredo estaba llorando. Detrás de él, había un padre rezando.
-Usted generó cierto lazo con Jorge Sagredo en la cárcel, ¿cuál fue su sensación después de que él muriera?
-Me dio pena, sobre todo por su hija, porque yo la conocí y ella decía que su papito no había hecho nada. Uno no podía rebatir una verdad que conocía todo Chile… Era una lolita no más.
-Finalmente, ¿qué lección le deja este caso?
-Que no hay que meterse a hacer cagadas tan grandes.