En Valparaíso está el único Museo Organológico del país
El porteño Fernando Ramírez tiene alrededor de 1400 instrumentos, algunos regalados, otros intercambiados y otros simplemente rescatados de alguna feria.
Mirian Mondaca - La Estrella de Valparaíso
entrar en el refugio de Fernando Ramírez, su Museo Organológico en cerro Bellavista, debe ser lo más parecido a abordar una máquina del tiempo o hacer un viaje soñado alrededor del mundo. Desde que se pone el primer pie en esa casa común y corriente, que con el trabajo de años y a pulso convirtió en un espacio único, cada centímetro del lugar evoca historias y algún punto del planeta por descubrir.
Llegar es fácil, irse para nada, porque a merced de la curiosidad por conocer cada rincón, las horas se hacen minutos y el reloj parece detenerse cuando el sonido de un sitar o la armonía de un cuenco tibetano invitan a la tranquilidad, mientras afuera los porteños siguen su vida cotidiana. Allí, el también luthier y arquitecto, sorprende con su amplio conocimiento e interpretación de los instrumentos.
Muchos están en vitrinas, pero la mayoría están a centímetros de ser tocados y el propio Ramírez insta a quienes lo visitan a hacerlo; es parte de la experiencia. "La idea es que interactúen con los instrumentos (...) incluso acá tengo una caja llena de instrumentos más pequeños para pasárselos a los niños", cuenta, señalando con su mano derecha un baúl en el piso.
1400
Cada detalle del lugar fue pensado cuidadosamente por el organólogo, calificativo que alguna vez le valió un jocoso momento que hoy es parte de su arsenal de anécdotas, cuando al saber que existía el museo, una persona quiso inscribirse para hacer una donación, pensando que se trataba de órganos humanos.
Hoy, en ese mismo lugar, el porteño tiene alrededor de 1400 instrumentos, algunos regalados, otros intercambiados y otros rescatados de alguna feria o casa particular, como un cuenco tibetano que servía de macetero.
Mientras los ojos visitantes se esfuerzan por capturar cada detalle del museo, único en su tipo en Chile y -seguramente- uno de los pocos en el mundo, por su cualidad de no depender de ninguna institución y ser una colección personal, la variedad de colores, formas y tamaños se hacen notar en los cuatro espacios en que está subdividida la exhibición.
Las salas acogen a los instrumentos membranófonos (tambores), idiófonos (maracas, triángulos, campanas, sonajeros), aerófonos (flautas, quenas) y cordófonos (guitarras, violines, arpas), de acuerdo a la clasificación hecha por el padre fundador de la Organología moderna, el alemán Curt Sachs.
Este hijo de marino mantiene el lugar gracias a "un Padre Nuestro, un Ave María y un aspirina cuando me duele la cabeza", asegura. Y, más de alguna vez ha tenido que recurrir a ésta, porque por más que lo ha intentado, no ha encontrado ninguna aseguradora para sus instrumentos. "Acá en Chile se habla mucho de Patrimonio, pero no se aseguran instrumentos musicales y aquí tengo muchos y muy valiosos", agrega Ramírez. Por eso, sus vecinos de calle Ferrari - a quienes agradece- son su mayor seguro y viven pendientes de resguardar el mágico espacio.
Admiración
Allí, en medio de instrumentos antiguos y algunos modernos construídos con elementos cotidianos como tambores de lata, botellas o latas de bebida, el organólogo habla con pasión de sus tesoros musicales y de las historias que los acompañan.
Una de las más sorprendentes es la que hay tras un tambor japonés color rojo, un taiko herméticamente cerrado, con el dibujo de un extraño ser en la parte superior y que dentro de sí guarda una particular sorpresa, de acuerdo a la creencia popular asiática. "Si notas, todos los otros tambores se podrían abrir, pero esté está asegurado, está sellado. Es porque no se puede abrir, adentro de él vive un ser, un espíritu que no puede escapar y si lo hace quedaría la embarrada", advierte Ramírez.
Aunque por cada instrumento que toca siente admiración, cuando habla sobre los de origen mapuche, los ojos se le iluminan. Tiene un lugar especial reservado para ellos y declara su predilección por el ñorquin. Sobre él, asegura, que le atrae que sea "la única trompeta aspirada que conozco dentro de este instrumental, no se sopla como normalmente se hace con las trompetas. Yo siempre le digo a los cabros que es como la cerveza: única, grande y nuestra".
Luego de pasar toda la mañana en el museo, el que abre previa petición a través de su página de Facebook: Museo Organológico de Valparaíso, Ramírez vuelve a su trabajo de arquitecto y la vida cotidiana en su casa de Viña del Mar.
Sin embargo, el organólogo que lleva dentro hace más de cuarenta años cuando quedó encandilado con los instrumentos que el folclorista Raúl de Ramón tenía en su casa, no se despega de él y cada día tiene despierto ese "tercer ojo" que le permite encontrar nuevas piezas para su colección en los lugares más inesperados.