Secuestrado 32 días por la FARC: el francés que vivió para contarla
El periodista Roméo Langlois fue presa de un infierno en manos de la guerrilla más temida del continente. Una cruda entrevista que llega justo después de la firma del acuerdo de paz entre el movimiento armado y el gobierno colombiano.
Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso
"¡Pero qué marica!", se escucha a lo lejos. Luego, ráfagas de plomo. Estruendos por doquier. Mientras unos se desplazan a ras de hierba, otros se encumbran para dominar la peligrosa panorámica en un pastizal a campo traviesa.
"¡Al piso, ya!", es la orden. Entre los que se arrastran a paso de iguana por escabrosos matorrales, fango y ruidos de ametralladoras, está un francés. Se llama Roméo Langlois y está allí, donde las papas queman, para documentar, en su rol de periodista, uno de los conflictos armados más largos y cruentos del continente.
Zumbidos van y vienen por arriba, por abajo, a los costados. Como en el 'un, dos, tres momia es' -aunque aquí de juego, nada-, todos quietos. Aún así, una exclamación digna del "Corazón de las Tinieblas", de Joseph Conrad, se escapa: "¡Berracos, qué buena se está poniendo la vaina!".
La voz en estado de éxtasis es del sargento Cortez, quien comanda la incursión del Ejército colombiano en una zona dominada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia o Ejército del Pueblo o FARC-EP, una guerrilla que se autoproclamó marxista-leninista, desde su conformación en 1964.
Al lado del militar, pegado como estampilla sobre tierra y pasto, caracolea un despierto Langlois. "Los soldados saben que la situación es crítica con la guerrilla", dice el francés a través del audio, mientras graba todo lo que su cámara puede captar alrededor.
A continuación, una nueva frase del galo en off: "En este conflicto no hay gente mala ni buena, sólo pobres"... De pronto, gritos desgarradores de dolor. Hay sangre. Una bala se aloja en el brazo izquierdo del reportero. A los segundos -y a pocos pasos-, un hombre que cae: el sargento Cortez es herido de muerte. Más allá se percibe una detonación. ¿Serán granadas? Brincan esquirlas. Y con ellas, otro soldado al panteón del más allá.
Langlois, herido como está, pide auxilio. La cámara da saltos y locos enfoques hacia todas las direcciones. A lo lejos, ecos. La guerrilla los acorrala. Están cerca. ¡Las FARC! Entonces, sólo entonces, la cámara se va a negro…
Tras el abrupto término del documental, que dura 15 minutos (y que fue proyectado en la Biblioteca de la Universidad de Playa Ancha), el silencio absoluto en la sala. Respiraciones entrecortadas. No vuela una mosca, hasta que Roméo Langlois toma la palabra.
"Lo que vino después fue que tuve que esconder el chip de la cámara para no perder este registro y lazarla. Así no la confundían con un arma. Luego me saqué la ropa como pude: daba la sensación de estar desarmado y les hacía dudar en caso de querer rematarme", agrega frío.
Tres muchachos cuyas edades fluctúan en torno a los 18 años lo rodean. De acuerdo a Human Rights Watch, se calcula que un 30% de los casi 10 mil guerrilleros que conforman las FARC (llegó a tener 16 mil) son menores de 18 años, muchos reclutados a la fuerza. Así irrumpen, premunidos con amenazantes AK-47, aquel temible fusil de asalto ruso de calibre 7,62mm, el arma de mayor producción en la historia.
Una vez junto a él, Roméo le espeta a la novel cuadrilla "terrorista" (así califican sus opositores a las FARC por sus acciones de narcotráfico, guerra de guerrillas, minería ilegal) a viva voz: "Soy periodista. Vengo a cubrir el hecho. El deber de ustedes es sacarme de esta emboscada".
De allí, al calvario y la angustia de vivir aquellos inciertos 32 días de secuestro en el corazón de las FARC. En un santiamén pasó de cubrir la noticia a ser la noticia. De aquel 2012 al hoy, con acuerdos de paz en los que la Presidenta Michelle Bachelet estuvo presente, se da un tiempo en privado para compartir junto a La Estrella el periplo de supervivencia que lo volvió viral.
Las fauces de la FARC
"¡Hola, man! ¿Te contesto con respuestas corticas o largas?". Pese a estar radicado en su país natal desde hace cuatro años, junto a su pareja parisina llamada Miriam, Roméo, de 39 años, aún no pierde aquel contagioso sonsonete 'paisa' que devela un castellano forjado por la necesidad entre pandillas, salvajes guetos (en Medellín, donde vivía) y la selva fronteriza más impenetrable de Colombia. Allí fue rehén a los 35 años de edad.
-¿En qué estás ahora?
-Ahorita soy reportero de France 24, vivo en París. Me aboco a conflictos en Medio Oriente, Asia y África. Desde el 2013 cubro las guerras en Malí, Ucrania y Libia. También la crisis con ISIS en Siria e Iraq, del lado kurdo. Además he hecho reportajes en Cuba y Argentina, con un perfil más político y cultural.
-¿Qué pasó una vez que fuiste dejado en libertad?
-Salí de Colombia en junio del 2012, justo después del secuestro. Como estaba herido en el brazo, requería de atención médica. Volví a París. Allá recibí los tratamientos; la movilidad de mi brazo quedó afectada. Durante un año tuve intervenciones médicas, también fisioterapias.
-¿Cuál es la opinión de la familia con tu trabajo?
-De partida, no tengo hijos. Vivo sólo con mi novia Miriam, a quien mando un beso. Mi familia siempre ha respetado mi pasión por esta labor. Soy el mayor de tres hermanos, el único que siguió esta profesión. Se pegaron un susto grande. Ni modo.
-¿Por qué seguir en esto?
-(Sonríe) Y es lo que a uno le toca... Es lo que sé hacer bien. Pues sí, en mi familia están preocupados cuando salgo a reportear. Ahora con lo de ISIS. Y tienen razón: da miedo. La situación en los territorios dominados por Estado Islámico ha cambiado para los periodistas. Antes a uno lo podía matar un loco o un avión, pero ahora los periodistas son considerados allá como "blancos". Las reglas del juego han cambiado en el tema de ISIS. Es casi un suicidio reportear en esos lados.
Vive o muere
Fuera de las preguntas y mientras se acomoda un pañuelo azul alrededor de su cuello, a tono con el ajustado blazer oscuro que estiliza su 1.75 m de estatura y que contrasta con las prendas camufladas, Roméo confiesa que en ese mes de encierro llegó a soñar con devorar una hamburguesa gruesa, sustanciosa y vulgar, pese a que siempre ha procurado mantener la línea con sanos nutrientes.
Cuenta que desde joven quiso ser reportero. Tal vez no tanto cubrir conflictos, pero cuando optó por irse a vivir a los 22 años a Colombia, en 2000, de a poco el tema lo sedujo: primero las pandillas, luego las mafias y finalmente el premio gordo, ese al que muchos colegas le hacen el quite y otros atesoran como medallas colgadas al pecho: infiltrarse en la guerrilla. Amasó una notable red de contactos, por bandos. Y todo, a muy temprana edad.
Ganó muchos amigos, pero también enemigos. Y uno de esos últimos, de peso: el ex Presidente conservador colombiano Álvaro Uribe, con quien mantenía diferencias ideológicas e incluso tildaba al francés de "agresivo y que generaba desconfianza".
-Roméo, ¿qué buscas al testimoniar estos hechos: adrenalina, objetividad, revelar sucesos?
-Hay un poco de todo eso. Así creo que fue como me aboqué a las crisis, los conflictos. Eso sí, no me considero un reportero de guerra. Creo que eso no significa nada. Es bueno hacer cosas distintas porque muchos reporteros que cubren actos bélicos terminan locos.
-Ingrid Betancourt también fue otro caso de secuestro mediático por las FARC. ¿Tuviste contacto con ella?
-Sí, correcto. Yo me vi con Ingrid Betancourt a un año de salir de mi secuestro. Hablamos, fue muy cordial conmigo. Tengo entendido que volvió a Colombia, está escribiendo, se dedica a sus hijos y reconstruyéndose porque pasó por un asunto muy difícil de imaginar. Desconozco si va a volver a hacer política en su país.
-¿Qué recuerdos guardas de tus primeros días en cautiverio?
-(Mirada al suelo. Silencio. Uno, dos, cinco segundos. Y responde) El segundo y tercer día fueron los más duros. Yo escuchaba la radio: nadie sabía lo que había pasado conmigo. Si estaba con la guerrilla o muerto o agonizando en algún hueco perdido en la montaña. Mi paradero era un misterio. Colombia es tan torcida, la guerra allá es tan loca. Si bien no me tenían atado y me daban bocado, pensé que la guerrilla podría llegar a sentirse mal por haber atrapado a un periodista y luego ejecutarme. Incluso meterme en una fosa para decir: "No, nunca lo hemos visto". Por otra parte, pensé que el ejército podía intentar capturarme durante el operativo para afirmar: "Mira, lo mató la guerrilla ya que son terroristas".
-Entonces, ¿qué hiciste para sobrevivir allá?
-(Suspira) Cualquier cosa podía pasar. A los días, solicité una autorización para escribir una carta urgente al comandante del frente. La misiva decía: "Por favor, diga que ustedes me tienen". Eso porque si sabían que yo estaba secuestrado por las FARC, se esclarecía mi situación con opciones de sobrevivir.
-¿Cuál fue el momento más crítico durante todo tu secuestro?
-Había que estar pilas (despierto, atento) en las noches. La oscuridad era total: preparado en caso de un escape. En cualquier instante podía ocurrir un operativo. Se sentían aviones, bombas, ruidos; todo encima de uno, los sobrevuelos eran de noche. En esos momentos los guerrilleros llegaban, me despertaban. Entonces me ponía las botas, me alistaba en caso de que fuera una operación militar del ejército. Angustiado, así me sentía: no sabes si van a bombardear o si la guerrilla optaría por ejecutarte. No sabía nada. Incluso si saldría con vida para contarlo…