Francisco Barrera: el "matador" porteño anónimo de la cámara
Conozca la vida de un autodidacta al lente adelantado a su tiempo. Amigo de Jodorowsky y Salvador Dalí, desarrolló una destacada -y acá poco conocida- labor artística en Europa en los años '60 y '70. Un viaje al sepia más colorido.
Guillermo Ávila Nieves - La Estrella de Valparaíso
En ocasiones, la memoria actúa como aquella costa lejana en la que finalmente podemos descansar luego de un largo naufragio.
Estamos en 1980. La saliva parece sentirse aún más seca en una garganta extenuada de tanto toser. A pasos lentos y con el pulso casi en la mano, un porteño de cuna recorre estrechas calles, interminables escaleras y coloridos cerros que durante su adolescencia -en la década del cincuenta- conocía como el visor de su adorado y único lente gráfico.
Porque a medida que pasan los años, cuando los sueños y proyectos saltan por el espejo retrovisor de la vida, allí está esa costa lejana para servir de refugio…
Francisco Barrera vivió sus últimos años de vida en la Ciudad Puerto que tanto adoró y que a su vez, también extrañó. La misma que hoy poco y nada le guarda memoria. Un arquitecto de la PUCV de profesión que supo hacer patria en el extranjero a su manera y abrirse camino como un astronauta de los cuerpos pintados a la instantánea en el universo más mundano.
Pero antes de zarpar al Viejo Continente y develar sus talentos ocultos, tuvo que reunir monedas: se pagó estudios trabajando como croupier del Casino de Viña del Mar, por ocho años. Las mariposas en el estómago le hacían guiños en pos del mundo del arte.
De hecho, formó parte de un grupo teatral de la Católica que tenía al teatro físico, aquel que data de la antigua Grecia y que revivió Étienne Decroux a través de la disciplina del mimo corporal, como punta de lanza en competencias y premios a nivel internacional para esa casa de estudios.
Así, casi sin quererlo, en 1957 a Francisco Barrera se le presenta la oportunidad de integrar aquel grupo que iba al Festival de la Juventud, en Moscú. Este fue el punto de partida para el porteño. Las cartas sobre la mesa: él vendió todo lo vendible y llegó a la capital soviética.
Allí el horizonte dispuso que se enfermase un actor del grupo de mímicos chilenos. Curioso destino, todos eran formado por el maestro Alejandro Jodorowsky, quien incluso fuera en nuestro país creador de la tropa de pantomima Teatro Mímico, junto al versátil poeta Enrique Lihn. Barrera trabó una inmediata amistad con el sicomago chileno-francés al que más adelante, por ejemplo, el crack Beatle John Lennon idolatraría.
Este mismo grupo tuvo un triunfo resonante en el Teatro Bolshoi, pues el primer premio lo obtuvo el famoso Teatro Chino, y el segundo, el conjunto de Chile. De esta forma, Barrera estuvo invitado luego en emblemáticas urbes artísticas como Leningrado, Kiev, Praga y en Viena, donde, tras un lapso, las invitaciones al debe…
Hambre y dedo
Tan encandilado quedó con los cantos de sirena de las capitales culturales en las Europas (afuera y dentro de las cortinas de hierro), que decidió quedarse allá, a como diera lugar. Al tiempo, sólo y sin dinero llegó a Roma gracias a una desconocida modalidad para la época: "a dedo". En el camino, se las rebuscó en las granjas como colector de frutas.
Agotado de manipular frutos desde las cinco de la mañana, el chileno comienza a sacar fotos a los transeúntes. Así se puso de acuerdo con un fotógrafo profesional, quien conocía la Ciudad Eterna y sus obras de arte al aire libre.
Como buen 'chilensis patiperro', la idea le hizo clic: Barrera debutó en la profesión de guía clandestino, es decir, sin licencia oficial. Daba propina a los porteros de hoteles y éstos lo recomendaban a turistas ávidos de instantáneas.
Después de meses de trabajo y estricta economía, juntó plata. Entre medio, una obsesión: Egipto. Entonces, sin más, parte de Nápoles rumbo a Alejandría… tres días en barco con pasaje "de cubierta"... sin derecho a cama, ni a baño ni a comida.
Como buen busca vida, se hizo amigo del jefe de una orquesta que iba en primera y lo contrataron para tocar la batería. Esta habilidad la había aprendido, entre otras, siendo jefe de "barras" de la universidad porteña. Todoterreno.
Entre Alejandría y El Cairo, Barrera aplicó una pionera experiencia: el auto-stop… en camello. Se decantó por el desierto; a dedo conoció El Cairo, Luxor y Asún, la ciudad más austral de Egipto. Sufrió hambre y sed, pero palpó la vida de los musulmanes; en las mesquitas…
Jodorowsky y Dalí
Su habilidad de actor le salvó la vida. Después de haber hecho representaciones mímicas en el auditorium de la Radio de El Cairo, tuvo el dinero justo para llegar a Grecia, donde se ofreció como dibujante diseñador en una oficina de unos arquitectos atenienses.
Barrera había perdido el miedo: sabía que podía subsistir en cualquier parte del ancho mundo. Luego viajó y trabajó en Milán, Italia. De allí a recorrer Suiza, Alemania y Bélgica, donde llegó a tiempo para ver la Exposición.
Enseguida a París, donde de inmediato encontró trabajo con un arquitecto. Además se perfeccionaba en el arte mímico de Marcel Marceau; también estudió ocho meses con Jodorowsky. Ya dueño de una segura técnica, se presentó en el Teatro Franco-Alemán. Fue aceptado de inmediato.
Precisamente gracias al teatro obtuvo la inspiración y el dominio del oficio. A Barrera le interesaban las caras únicas de actores en todas sus formas de expresión, así como sus conductas a través del maquillaje, el lenguaje corporal, el ballet y el conjunto final del uso selectivo de la luz de color.
La intención del ahora artista visual pasaba por la vanguardia. Y él era el camino: romper con la idea tradicional de la fotografía clásica, para lograr una transformación de la imagen. Ello desembocó en la fotografía realista, experimental y de avanzada.
Esto llamó la atención de los artistas rupturistas. Y quien más que Salvador Dalí, aquel genio surrealista de España para el mundo, con quien Barrera compartió ideales, puestas en escena y amistad.
Francisco Barrera labró creatividad con cuerpos pintados completos que recubrió con polvos y cremas de color. Sobre éstos, y con fondo oscuro, proyectaba diapositivas de color.
Es más, las formas abstractas obtenían contenido. Con el uso de la película diapositiva en color (infrarroja) potencia el efecto de los colores. Esas técnicas le hicieron un nombre en la década del '70. Por algo fue portada de, probablemente, la revista más trascendente de fotografía en Alemania y el Viejo Continente, 'Color Foto' que incluso lo llamó "El matador de la cámara".
Sin embargo, aquejado por la nostalgia y decaído producto de una grave enfermedad neuroquirúrgica que lo obligó a operarse, decidió mover maletas de vuelta al punto de inicio: Valparaíso, en 1979.
Aquí deambuló por la zona en el más completo anonimato. Ese fuego que poseía al lente y que tanto calor generó a cercanos y extraños en Europa, comenzó a extinguirse, poco a poco, a principios del ochenta, hasta las cenizas, ya en su lecho de muerte.
Pero sus proezas quedan. Allí están extractos de la revista chilena Zig Zag, la alemana Color Foto y el Centro Cultural Fotográfico de Villa Alemana que ha reflotado, desde las cenizas, un legado que hoy, está lejos de morir.