¡Ha llegado carta!: ser cartero en la era de la tecnología
Acompañamos a Juan Fuentes Contreras, trabajador de Correos de Chile que hace más de 35 años recorre la misma ruta por el sector alto del cerro Cordillera.
¿Se acuerda de la emoción que sentía cuando el cartero llamaba a la puerta de su casa porque traía correspondencia con noticias de algún ser querido que estaba lejos. O la respuesta de una romántica carta enviada a la persona amada?.
Todo eso quedó en el pasado con la llegada de la era de la tecnología. Primero, con la inmediatez del teléfono; y años después con la llegada del internet, los mensajes escritos a mano en un papel o tarjeta fueron reemplazados por correos electrónicos y programas de mensajería móvil como el WhatsApp.
Sin embargo, quienes aún resisten a los embates del tiempo y el desarrollo de la tecnología, son las personas que trabajan como carteros, un oficio antiguo que cada vez toma mayores ribetes de romanticismo y nostalgia del pasado.
El cartero
La Estrella llegó hasta el Centro de Distribución Postal (CDP 1) de Correos de Chile, que se ubica en calle Victoria 2479 de la ciudad Puerto. Ahí conocimos a Juan Carlos Fuentes Contreras, quien comenzó a trabajar en la empresa cuando tenía 18 años. Y hoy, a sus 59, es el cartero más querido por los vecinos del sector alto del cerro Cordillera.
Temprano por la mañana comienzan a llegar los 56 carteros -de los cuales tres son mujeres- y comienzan a ordenar la correspondencia de sus respectivas casillas; para luego echarlas a sus bolsos y salir a sus rutas de trabajo.
En el caso de don Juan, él lleva más de 35 años realizando la ruta que parte sagradamente desde calle Chaparro, en el cerro Cordillera, y recorre todos sus alrededores hasta llegar a la altura de la Población Márquez.
La pasión y el agradecimiento de este cartero porteño por su trabajo es tal, que incluso se emociona hasta las lágrimas cuando nos habla del oficio que ha ejercido durante toda su vida. Que además le permitió educar a sus hermano menores y luego a sus hijos. Todo en base a puro esfuerzo y dedicación, y muchas veces dejando los pies en la calle.
"Antiguamente costaba llegar a ser cartero. Se exigía tener el cuarto medio, y no cualquiera llegaba a ser parte del Cuerpo de Carteros. Y como el Correo de Chile se ubicaba en el edificio que ahora es del Consejo de la Cultura, ahí en Sotomayor, había harto movimiento. Incluso cuando llegaban las Unitas y los marinos extranjeros llegaban en masa a mandar postales. También a la salida estaban los tarjeteros que también han ido desapareciendo", recuerda Fuentes.
Tarjeteros
María León, era una de las 16 personas que se instalaba con su negocio afuera del antiguo Correos de Chile. Llegó en el año 1992, y desde el 2005 tiene su local en la galería que les cedió el Consejo de la Cultura. Y así conservar la tradición.
"Ahora sólo quedamos dos personas. Nosotros teníamos hartas ventas, sobre todo en fines de año, cuando venía acercándose la Navidad. Recuerdo que en esos tiempos el correo se llenaba y la gente hacía filas hasta afuera para poner el sello y las estampillas y enviar sus tarjetas y cartas. Otra fecha importante era el Día de la Mamá, y el del Papá. Nosotros nos preparábamos con más mercadería para abastecer a todos nuestros clientes", cuenta la tarjetera.
Y agrega: "Yo sigo con la tradición, por ejemplo, ahora que viene el Día del Padre, yo tengo tarjetas para quienes quieran enviar un saludo a sus padres, como se hacía antes. Ahora conseguir las tarjetas cuesta mucho, y el negocio ya no es como antes, no da abasto con las puras tarjetas. Por eso yo tuve que expandirme y comprar otras cosas, como recuerdos y souvenires de Valparaíso y otras ciudades de la región, que son las que les gusta mandar a los turistas".
María asegura que también llegaba gente con cartas escritas en papel, pero para enviarlas necesitaban los sobres, y los tarjeteros se los vendían. Eso también era parte del negocio.
"Llegaban con sus cartitas listas, y pasaban por acá a comprar el sobre. Entraban al correo y listo. Además, antes uno conocía a los carteros había un trato más personal entre la gente. Recuerdo que ellos salían por la puerta principal y estábamos todos conectados, porque nuestros trabajos giraban en torno a la correspondencia y las cartas", afirma.
En cambio ahora ni buzones se ven en la calle. Pero según María León, hasta su negocio aún llega gente de todas las edades en busca de alguna tarjetita. Que en estos tiempos se convirtieron en un regalo especial, sobre todo si llega por correo y se la entrega el cartero. Porque al parecer todavía quedan algunas y algunos románticos.
Anécdotas de la ruta
Hablando de romanticismo, volvemos a la ruta del cartero Juan. Quien se anima a contarnos algunas anécdotas que ha vivido a lo largo de su larga trayectoria repartiendo correspondencia.
Como la vez que hizo de cupido y mensajero del amor entre una pareja de vecinos. "Yo pasaba a dejarle las cartas a un señor muy distinguido, que prefiero mantener su en reserva su identidad, y él me pasaba una carta y me pagaba por ir a dejársela a una vecina. El problema es que una vez me abrió la puerta el marido de la señora y tuve que darme una vuelta para volver después a entregarle su carta".
También aprovechamos de consultarle sobre el mito que toda la vida ha caracterizado la enemistad entre los perros y los carteros.
Si hasta en los dibujos animados se hace referencia al cartero que es perseguido por una jauría furiosa de canes.
- ¿Qué hay de cierto en eso de que los perros no son precisamente los mejore amigos de los carteros?
"¡Ufff...! Es verdad", exclama sonriente Fuentes. "En algunos pasajes me he ganado a puro pan a los perritos. Después me ven y se ponen contentos porque saben que les doy algo para comer. Y no faltan los que aparecen derrepente desde adentro de las casas y lo hacen pasar harto susto a uno".
Pero más que los animales, son los humanos los que le hicieron pasar un mayor susto al cartero del cerro Cordillera, cuando una vez sufrió un intento de asalto.
"Esa vez yo me di cuenta que querían asaltarme a mí. Entonces lancé el bolso con las cartas a una casa, pero la cosa no pasó a mayores. A mí lo que me preocupaba era que me robaran las cartas. Porque uno nunca anda con mucha plata, hay gente que simplemente no paga los 50 pesos por carta entregada, y yo tampoco les ando cobrando, no me gusta eso. Igual, la mayoría de la gente después me da 500 pesos o una luquita, por todas las cartas no pagadas. Y eso se agradece. Para mí lo más importante es cumplir con mi deber y responder a la confianza que depositaron en mí".