Taller de ilusiones: en el crudo y bello arte de la orfebrería porteña
Sea testigo de un lugar que encanta -y mucho- para aquellos encargos especiales, piezas únicas y en el más ameno aprendizaje, de la mano de un artesano. El secreto mejor guardado, de esos que sólo Valparaíso puede atesorar.
Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso
Ser una persona casi fuera de toda norma en un sistema actual que todo lo absorbe en una híbrida uniformidad propia de una gélida fábrica de salchicha, obliga -de cierto modo- a llevar una vida poco convencional.
César Muñoz es un artista de pinta algo extravagante hecho a sí mismo. A sus 42 años, dos hijas y porteño de cuna, ha pasado de ser un prometedor artesano callejero a convertirse en un orfebre, engastador, grabador y emprendedor de peso en la zona, al que lo invitan a exponer en las mejores ferias del rubro en el país. Y al que también le hacen pedidos exclusivos.
Bajo los finos instrumentos al paraguas de su mejor amigo aquí, el metal, de su obra se puede admirar el uso que en su taller llamado Escuela de Orfebrería de Valparaíso hacen de formas y texturas marcadas por su temple orgánico, vitalista; a la vez clásico y, porque no, colorido. A medio camino entre el trabajo a mano y las profusas técnicas actuales.
De hecho, cada pieza parece única. En una atmósfera en que se respira aquel período neolítico de génesis, donde el oro, la plata, el bronce y el cobre eran labrados hasta adquirir curiosas ornamentaciones geométricamente atractivas, aquí las producen en la antítesis de la forma industrial, un valor agregado que hoy se valora. Y harto.
A César Muñoz no le entran balas, si de halagos se trata, aunque prefiere los claroscuros del humilde entorno donde confecciona arte e instruye a futuros talentos -y colegas- en el área, en la que vive a la luz del ahora reconocimiento que viene cimentando a pulso. Un brillo, como sus relucientes productos, entre las sombras que se posan sobre algunos recovecos del salón.
Retrocedamos ahora hasta 2008, para ser más exactos. Es entonces cuando el propio fundador de la Escuela de Orfebrería de Valparaíso, César Muñoz, al ver crecer la demanda en encargos y pedidos, decide trasladar su taller que perdió en 2007 en Avenida Pedro Montt, a este antiguo edificio, enclavado en pleno pulmón portuario, en Serrano, a pasos de la Plaza Sotomayor.
Talleres artesanos
Maderas que se han resistido al tiempo, estoicos pilares revestidos y vigas a prueba de terremotos, hacen sólida la estructura de aquel amplio salón que, de paso, ocasiona un acierto: el espacio se torna diáfano y artístico. También le inyecta de mayor entrada de luz natural para que los aprendices puedan laborar con extrema precisión, como escultores del medioevo.
En la actualidad este entorno, rodeado de edificios patrimoniales y en un rico mestizaje de bares y restoranes, mantiene ese aroma de tranquilidad urbana que consigue cautivar precisamente a gente amante de estas artes. Cuando uno pone los pies en este vetusto piso, se percibe aquel especial gusto por la tranquilidad.
El edificio, con ciertos detalles de Art Decó y decoración decimonónica, da paso a estancias importadas de otra época. A pocos metros, el verdadero centro de operaciones: el taller. Es aquí donde confeccionan hoy en día sorprendentes piezas de fina orfebrería artesanal y con sello exclusivo. Es más, algunas las destinan para "encargos especiales".
Y es acá donde se mantiene un contacto directo y estrecho entre profe, pupilos y clientes. Como en un horno de panadería, a cada momento salen piezas icónicas, personalizadas y hechas a la medida.
"Me dedico a esto desde los 18 años. Llevo 24 en la orfebrería, y como profesor, 15 años… en un oficio que se está perdiendo con el tiempo", aclara Muñoz, a la vez que recuerda que a sus 12 años "agarró la onda", aunque los derroteros de la vida lo llevaran a estudiar mecánica industrial, carrera que concluyó. No obstante, en un momento de real necesidad, se vio forzado a recurrir al talento que sus robustas manos -pero curtidas en la prolijidad milimétrica- supieron darle de comer.
"Me gusta que el oficio se viva más allá de lo comercial, desde el 'hacer': conocer el metal, desarrollarlo, crear tus propias piezas, en una línea. Hoy día la joyería está muy centrada en el comprar y vender". Por otra parte, y si se mira fríamente, cualquiera puede adquirir una cajita en un negocio. También la piedra y el pegamento. Llegar a la casa, armar todo y bingo: ¡ya eres joyero! Pero Muñoz enfatiza: "Acá todo está desde el hacer; eso marca la diferencia". Y reafirma: "Mis clientes son variados, a veces no los conocemos". Ojo: www.tallereov.com
En cuanto al curso, tienen básico (dura tres meses, una clase por semana de cuatro horas), medio y experto (incluso cuatro veces por semana). Su costo: de 100 a 240 mil pesos. "Pero depende del artesano, porque algunos quieren especializarse en alta joyería y hay que trazar un plan acorde a la necesidad del postulante".
Acá la mayoría de los alumnos trabajan la plata. También algunos incorporan cobre, pasados los cuatro meses para pequeñas aplicaciones, pero… "no nos dedicamos al cobre, porque es muy sucio. Mis maestros y yo hacemos trabajos en oro y plata, lo que damos énfasis en mi taller", aclara Muñoz.
Esta veta, tiene maestros inspiradores. En el caso del orfebre de acá, don Pedro Riquelme y la "Maquita" (Macarena Marín) que laboran en joyas. Y los viejos maestros: Carlos Pozo y Óscar Barraza. "Trabajaban para Gimeno, Carlos Varas... Vengo de la escuela de alta joyería".
Profes y alumnos
En promedio, han pasado 450 personas desde que la escuela vio luz. Y sí, han ganado proyectos para generar becas en jóvenes. "También trabajado con niños con capacidades distintas, adultos mayores y niños. Yo creo que eso es lo que nos diferencia", asegura un didacta Muñoz.
Es el primer día de Yesenia Zamora. Ella es de Hijuelas,pero vive en Viña del Mar. Le hace frente a las herramientas. "Tenía ganas de hacer orfebrería. Empecé a buscar y llegué por casualidad a la página de Facebook del taller", dice Zamora, quien incluso postuló a una beca, que no consiguió. "Lo que más quiero es aprender. Vengo con hartas ideas para hacer: anillos, aros, conjuntos. Estoy entusiasmada".
Casi a su lado, un joven taciturno al anclaje de los monosílabos llamado Vladimir, balbucea: "Quiero dedicarme 100% a la joyería". La inspiración surgió de su madre, quien hasta hace seis meses, era alumna aventajada del taller. "La experiencia ha sido muy buena. Es relajante y clave para abrir mi negocio".
Sin embargo, por encima de todo prevalece el respeto por el arte del hacer. Esa misma que nace del valor y el buen gusto con que se conciben estas creaciones a pulso. Filosofía que en César Muñoz y sus alumnos, es cosa de indagar hasta aquí, defienden a partes iguales.
De pronto, una chica de cabello corto y al blondo, retuerce el metal con una exquisita técnica que ya se quisiera un relojero: pasa el atávico material de lo duro a lo blando en un delicado proceso a través del fuego... una maestra en el arte de manejar el soplete. Es la "Maca".
Ella, Macarena, es de Chorrillos y prefiere la intimidad; reservada, igual se da tiempo para unas palabras: "Acá hay un ambiente acogedor. Almorzamos todos juntos, en buena onda. Mi idea es generar una fuente de ingresos complementaria a mi carrera (diseño). El tercer mes ya tenía gente que me pedía cosas", eso mientras se aboca a la laminadora, dándole, de paso, cuerpo al tratamiento de la plata. Y que aquí parece resplandecer en unos pupilos que vislumbran un futuro en un oficio que $educe, incluso, hasta al más descoordinado sujeto.