Ronnie Fernández: mano a mano en la marca personal
El presente del ariete porteño no puede ser mejor: marcha segundo en la tabla de los goleadores (seis dianas), con Wanderers está peleando la punta, suena en La Roja y varios clubes... Súbase al trayecto junto a la revelación caturra.
Guillermo Ávila Nieves - La Estrella de Valparaíso
Restan casi siete horas para el duelo clasificatorio entre Chile y Argentina. Ya se aprecian algunos niños -y otros más grandes- con la "La Roja" puesta en sus dorsales por las calles de la República Independiente de Playa Ancha.
Desde las escalinatas en la entrada principal del coloso Elías Figueroa Brander, la panorámica es amplia. Escalera abajo, un sujeto de short, chala y polera, en una gélida tarde porteña, capta la atención. Y no es por el chaleco reflector que porta.
Su nombre es Richard, tiene 41 años y en un pestañazo -por cosas de la juerga adolescente, dice él- se le escurrió la posibilidad de minas, dinero y fama. "Yo era bueno para la pelota, me probé acá, pude ser profesional... Pero lo baila'o no me lo quita nadie", acota. Ahora, muy querido él, se da apretones de manos con cada futbolista que ayuda a estacionar.
Van llegando de a uno, luego de a dos o tres. Casi todos se bajan de impecables autos, algunos de potentes marcas. Una vez afuera, marchan inyectados al paso del reggaetón que sale de sus iPhones. La mayoría, como en una pasarela de moda, viste de jeans o buzos ajustados, poleras XS y zapatillas monocromáticas para la práctica vespertina del Decano, en la previa ante Audax (partido que no fue).
Ya están todos en camarines, menos uno (eso sí, aún a la hora)… el último en arribar y en un reluciente Mercedes Benz blanco. "Allí está, viene el Ronnie", avisa Richard desde su puesto de trabajo.
Efectivamente es Ronnie Alan Fernández Sáez. Basta verlo en su desplazamiento para percibir aquellas seguras zancadas que lo hacen temible ante las vallas rivales. Incluso la flexión en sus piernas al subir los peldaños (presenta una lesión a la rodilla que aplaca con ácido hialurónico "para estar cero kilómetro") dan prueba de sus imponentes rechazos ante las zagas contrarias.
¡A romperla!
El nueve del club verde hoy está en llamas. Es su momento. La está rompiendo en el Torneo de Clausura 2016 (lleva seis goles y es el segundo artillero del campeonato) y parece saberlo. Su nombre ha sonado -y suena también en la U o la Cato- en la nueva era Pizzi.
Ya en los pastos, sus movimientos son de cuidado. Porque, pese a entrenar con un vendaje en su zona afectada, a la figura caturra en esta campaña (con el permiso de los sorprendentes juveniles) hay que tenerla en óptimas condiciones. Al igual que esos lienzos vanguardistas impregnados en sus tonificados brazos. "Éstos me los hizo Siniestro (Tatoo), el mejor tatuador de la región", sostiene firme.
Quedan cuatro horas para Chile y Argentina. Ronnie se acerca finalizada la práctica. No hay fintas ni chutes al lado. Directo, serio y con buena disposición -en su sintonía-, sólo prefiere algo de privacidad. Y la soledad de un jueves en los pisos superiores del VIP del Elías Figueroa remiten a la exclusiva.
"No, la gente cree eso, pero no": Ronnie se refiere a que es viñamarino de nacimiento. Que a los 27 días de haber salido de la guatita de su madre Ana María Sáez -que sólo anhelaba que su hijo tuviera un cartón profesional bajo el brazo y no una pelota-, tuvo que trasladarse a la tierra de los pingüinos: Punta Arenas. Eso a raíz de que su padre, Jorge Fernández -que sí deseaba que su tercer niño, de un total de cuatro, fuera futbolista-, como ex uniformado, debía acatar los traslados.
Nieve, mar y los cerros
Ya en el frío austral, instalado junto a su familia en Fitz Roy y luego en Torres del Paine, al lado de la Zona Franca, la nueva experiencia de Ronnie en la XII Región se prolongaría por 17 años. Tiempo suficiente para incubar al futuro crack en los crudos campos deportivos.
Allá su primer acercamiento serio con el balón fue en el futsal, donde deslumbraba con sus 'pepones', siempre de goleador, en el club Soccer Croata. "Eran dos campeonatos al año. Venían equipos de Argentina. Siempre hacía hartos goles", recuerda. También entre medio jugó al básquetbol -Ronnie mide 1.84 metros y pesa 80 kilos- por unos meses en el Español. "Lo hice para ir hasta la zona de Ushuaia. Quería conocer otras partes", cuenta inspirado.
Durante la infancia, su padre Jorge Fernández, todos los días, a las cuatro de la madrugada, estaba en pie preparándole un desayuno de campeón. "A las seis de la mañana entrenaba con un técnico de una selección local para los nacionales", acota el además fanático de la Coca Cola.
Así transcurrió la adolescencia en tierras magallánicas, hasta que un día las maletas volvieron a la V Región: "A los 17 años, volvimos todos". Por esa edad, y con la mira puesta en ser profesional, Ronnie ingresó a las cadetes de Santiago Wanderers.
Rememora en las hojas del calendario: "Llegué a la pensión del club que estaba en Colón. Después hice amistad con jugadores de mi categoría como Franz Shultz, también Castillo que ahora está en el sur y Diego Cisternas, que es coordinador en Wanderers".
Sus características dentro de la cancha captaron miradas. Rápido, incisivo, potente y "molestoso" para los zagueros, en la senda de un goleador de raza -apuntemos alto- con aguante a lo Luis Suárez o Canales de la U, como prefiere, dieron en el paladar de los técnicos. Había futuro. Sin embargo, aún le faltaba un detalle "normal" para los chicos de su edad: la madurez mental.
Por eso, supo de gestas deportivas nuevamente en el sur -aunque más arriba- del país: Deportes Puerto Montt, en 2011, donde fue el artillero del equipo con 10 dianas (que no sirvieron para evitar la ida del club a la B); Naval, en 2013 (sin pena ni gloria); y Deportes Concepción, lo foguearon para retornar potenciado al Decano.
Si bien en esos años tuvo breves escalas en el cuadro porteño, esos períodos de transición sirvieron para fortalecer lazos con la compañera de su vida, a los púberes 19 años. Incluso comparten el mismo signo Acuario (Ronnie nació el 30 de enero de 1991) y las mismas misteriosas series de tv: "Lost", "The Walking Dead" y "Arrow".
DE AMOR Y pasión
Dicen que todo monarca que quiera perpetuarse en el tiempo y conservar corona, requiere de una consorte de categoría. La de Ronnie se llama Denise Navarro, oriunda del cerro Polanco. "Nos conocimos en los días en que vivía en la pensión del club. Luego nos fuimos a vivir a un edificio, por un año, en el Cerro Alegre. Ella me ha acompañado en todas", afirma orgulloso, mientras no deja de nombrar a la hija de ambos, Josefa Fernández, y las ganas de contar pronto con la parejita. "Pero preferiría que él estudie, aunque si le gusta el fútbol, no lo voy a presionar", confiesa.
Una presión que para Ronnie, desde el 2014 con la casaquilla verde, ha sabido portar: del proyecto magallánico a la hoy realidad goleadora porteña.
A tres horas del lance internacional, ya entramos en modo "roja-albiceleste". Descendemos de los pisos superiores hasta la planta baja en el estadio wanderino. El móvil de La Estrella espera para las fotografías de rigor. Al fondo, los cerros. "Vivo en el centro de Viña del Mar. Si no entrenáramos tan lejos en Mantagua, nos vendríamos a vivir acá, seguro. Adoro Valparaíso", dice.
Y se sincera, como cuando menciona que cree ser un buen tipo y que es muy amigo de sus pocos amigos (Franz Shultz y Mauricio Viana, entre los selectos): "Con mi pareja nos gusta mucho la zona. No sé las vueltas de la vida y qué me pueda ofrecer. Siempre vamos a estar ligados a la V Región. Mis padres viven cómodos en Quilpué. Ella tiene a su familia en Valparaíso".
Más allá, el paseo 21 de Mayo sirve de escenario para las fotos. Mientras, quien redacta las hace de copiloto arriba del Mercedes de Fernández, al son de la bachata… género musical que el espigado atacante y goloso por los asados, el pollo al limón y las parrillas -también cocina-, le fascina: "Me gustan Royce, Xtreme, y Carlos y Alejandra. También la salsa sensual de Maelo Ruiz. Si bien lo disfruto, no todo puede ser tan movido como el reggaetón".
Ya desde el retrovisor nuestro -dijo el patudo-, Richard, el cuidador de las "joyitas sobre ruedas", se despide. Ve alejarse, junto a otros chicos que hoy llevan la "Roja" y no la "Verde", el último vehículo en la previa clasificatoria.