Sacando el diablo del cuerpo
La Estrella accedió a los desconocidos ritos de exorcismo y liberación que se realizan en un centro de oraciones católico, ubicado en el barrio Almendral. Bajo la guía del sacerdote Sergio Rojas, quien evalúa la presencia del mal entre quienes llegan a pedir su orientación, un grupo de laicos conduce intensos rituales que incluyen la oración del exorcismo para expulsar demonios. Conocimos de primera mano relatos de quienes se sometieron a estos procedimientos, que se realizan cada martes en una modesta casona de la calle Orella.
Adita González M. - La Estrella de Valparaíso
Son las 17.30 y las puertas de una casa de la calle Orella, frente al Servicio Médico Legal de Valparaíso, al fin se abren. Decenas de personas comienzan a entrar y se sientan en las sillas dispuestas en esta capilla improvisada, al interior de una antigua casona. Las imágenes de Cristo y la Virgen se ven a diestra y siniestra.
Algunos se sientan al costado y otros frente al altar. La distribución tiene un propósito: aquellos que están cerca de la puerta del costado están esperando ser "tratados". No es su primera vez en la casa de calle Orella.
Los que están frente al altar, en tanto, vienen por primera vez a encontrarse con el cura Sergio Rojas, de 94 años, quien verá si "algo malo" pasa con ellos.
Pero aunque estén en lugares diferentes, todos tienen algo en común: sienten que tiene al diablo en el cuerpo.
"me quemaba"
Claudia es chilena y vive en Brasil desde hace un par de años. Cuando llegó a ese país, la relación con su marido se vino en picada. Cada vez que se encontraban juntos en la casa peleaban, pero una vez fuera de ella, todo parecía volver a la normalidad. Claudia entonces empezó a buscar ayuda para entender qué pasaba. Se vio las cartas y habló con una médium para saber qué estaba pasando y qué podía hacer.
Cuando vino a Chile de vacaciones, su madre le dijo: "anda a misa". "Pensé que su respuesta era vacía, me hería que su respuesta a mis sufrimientos fuera ir a misa", relata Claudia.
Aún así, lo hizo. Participó de la misa en la Parroquia de Reñaca y, por primera vez en mucho tiempo, sintió paz. La prédica de ese día le caló hondo. "Ahí por primera vez pensé que los que nos pasaba a mi marido y a mí podía ser algo más fuerte y como mi hermano conocía a este cura que hacía exorcismos, quise ir", confiesa.
La primera vez que llegó a la casa de calle Orella, el segundo martes de enero, lo hizo con su hermano y se encontró con un amigo antes de entrar. Esperó pacientemente su turno de hablar con el sacerdote Rojas.
"Cuando entré a la casa, empecé a sentir un fuerte dolor de cabeza y cuando hablé con el cura y él me empezó a marcar cruces con agua bendita, sentí que me quemaba... Cuando terminó me dijo que tenía que subir con alguien para que me limpiaran... Le dije que no conocía a nadie ahí, porque mi hermano ya se había ido. El cura, que es muy serio, me dijo: 'no mienta, usted sí conoce a alguien acá. Vaya para arriba'".
Al rato el anciano sacerdote llegó con el amigo al que Claudia había saludado afuera, cuando no había nadie en la calle.
"Me pusieron en una camilla y a él lo dejaron leyendo la Biblia con un frasco con agua bendita exorcizada", relata. "Después ya no me acuerdo", continúa, "pero mi amigo a la salida se fue pálido como si yo fuera el anticristo. No me quiso contar nada de lo que pasó, pero recuerdo claramente que empezaron a rezar la oración de exorcismo".
Lo que le pasó a Claudia en su primera sesión no pudo ser nada bueno, porque al terminar la citaron nuevamente a la casa...
El rito
Después de escuchar su relato, algo incrédula le pregunté a Claudia si podía acompañarla a su segunda sesión.
Llegamos hasta la calle Orella, al Centro de Oración Sagrado Corazón de Jesús, que cada martes a las 19.00 horas ofrece misas de sanación. Pero entre las 17.30 y hasta que la casona cierra, después de la misa, un grupo de laicos, preparados por el cura Sergio Rojas, ayuda a exorcizar los demonios de atribuladas personas.
Mientras esperamos en las sillas del costado, uno de los ayudantes del sacerdote me aconseja que, mientras acompañe a Claudia en su "sesión de liberación", como le llaman, lleve conmigo una medallita y una cruz y que lea continuamente la oración de protección. También me pasan una botella pequeña con agua bendita exorcizada. Si bien soy católica, me cuesta creer en el mal personificado en la figura de demonios, pero accedí a todos las condiciones que me permitieran presenciar el rito.
Luego de una larga espera, atravesamos la puerta del costado que conduce a un patio exterior y nos encontramos con una escalera y dos salas. Dentro de cada una de ellas hay camillas y un olor muy fuerte a pasto quemado, similar al que se produce con los incendios forestales. No es un lugar acogedor, sino todo lo contrario: lúgubre, sórdido.
Las camillas son de madera y abajo hay cuerdas y correas. No hay nadie atado con ellas, pero da la impresión de que en más de alguna oportunidad han sido utilizadas.
Sientan a Claudia en una de las camillas. La persona que la está tratando le coloca una serie de cruces de palma en su cuerpo y un pequeña medallita en la frente. Luego comienza un rezo. En pocos segundos Claudia entra en una suerte de trance. A medida que avanza la oración, comienza a retorcerse, le cuesta pronunciar algunas palabras y cuando el hombre le pide repetir las palabras "renuncio a Satanás", no las puede pronunciar.
La escena es intensa y por un momento olvido mis aprensiones respecto a la figura del mal y abro el agua bendita, por si acaso, repitiendo palabra por palabra la oración de protección que me habían entregado.
Cuando comienza la oración del exorcismo, caigo en cuenta que estas "liberaciones" que se practican en la casa de Orella son en realidad exorcismos practicados por laicos católicos muy bien preparados.
En ese momento Claudia comienza a llorar suplicando que le quiten los ladrillos de la cabeza. "Yo sentía que me habían puesto un peso gigantesco, como un ladrillo y alguien sentado arriba, se me partía la cabeza", recordaría después.
El encargado del rito la mira y retira la medallita del porte de una moneda de cinco pesos. Claudia inmediatamente lo agradece.
Tres demonios
Cuando culmina el rito de exorcismo, a Claudia le preguntan "cuántos son". Aún en trance ella responde con un sonido gutural: "tres". El encargado se pone pálido: lo que le habían hecho a Claudia era "fuerte" y había que "trabajar" uno a uno los demonios que tenía en su interior.
Ese día, tratarían sólo con uno. Claudia tendría que volver dos veces más a la casona.
La sesión dura unos 45 minutos. Al salir del habitáculo, más parecido a una pajarera, se escucha esta suerte de mantra emitido por otro encargado de "limpiar" a personas compungidas por algún mal. Los gritos del "paciente", como sacados de una película de terror, se escuchan por todo el patio interior.
Endemoniada
Una semana después, vuelvo a la casa de Orella acompañada de Claudia, pero esta vez para que el cura me vea a mí.
Mientras espero, sentada frente al altar junto a otras personas que venían a lo mismo, hablo con una mujer y su hija, provenientes de Santiago. La hija, de unos 17 o 18 años, tiene una condición médica extraña: todo le provoca dolor, incluso tomar agua. La mujer cuenta que buscaron muchas opiniones médicas y nada les dio resultado, hasta que un amigo les habló de las misas de sanación. Primero llegaron a los exorcismos de Rancagua y luego a Valparaíso, para tratarse con el cura Rojas.
Son personas amenas, de fácil trato. Parece raro que una de ellas pudiera tener un demonio dentro.
Me toca pasar primero. El sacerdote y yo conversamos bastante tiempo, más de lo normal. Sus 94 años le dan la sabiduría suficiente para intuir que mi propósito no es liberarme de un demonio, sino saber más acerca de este mundo, desconocido para muchos católicos.
En algún momento, el cura Rojas me pregunta si me he visto las cartas del tarot, a lo que respondo con la verdad: no. Mi intención es evitar que me predisponga, para bien o para mal.
Después de hablar, el sacerdote empieza a revisarme. Primero me unta agua bendita en forma de cruz, para a continuación pasarme un crucifijo por todas partes. Se detiene en un determinado lugar de mi espalda, bajo el omóplato izquierdo, y presiona. Se vuelve hacia mí y dice: "usted sí se ha visto las cartas". Extraño, digo, nunca he ido a una tarotista... hasta que recuerdo que hace años mi cuñada me explicó como se interpretan las cartas y me las tiró para enseñarme cómo se leían... "Usted no tiene nada, vaya más a misa", concluye el cura Rojas.
Mientras esperamos el turno de Claudia, la adolescente se acerca a hablar con el sacerdote. Basta que éste mencione la palabra Jesucristo para que inmediatamente la muchacha se ponga rígida y comience a retorcerse y gritar. Entre la mamá y un par de ayudantes laicos la apartan. La chica no puede esperar y de inmediato la pasan a las salas del segundo piso.
Pasamos a la tercera sesión de Claudia. La persona que la ha atendido las dos veces anteriores está con la muchacha santiaguina que fue apartada del grupo. En su reemplazo llega otro laico. Mientras comienza con el rito, llegan hasta la sala los gritos terroríficos del segundo piso. La experiencia es tan fuerte que explica por qué se exige como requisito ir acompañado a una sesión de liberación.
Pese a ello, tras los exorcismos muchos de las personas "en tratamiento" salen de las salas relajadas, con un semblante pacífico, y casi todos se quedan para la misa de sanación que comienza a las siete.
Liberaciones
Si bien el trabajo que se hace en el centro de oración o sanación de calle Orella es un exorcismo, se le llama liberación porque sólo sacerdotes aprobados por el Vaticano y nombrados por el obispo respectivo pueden practicar exorcismos. En Valparaíso, el padre Rojas recibe la ayuda de varios laicos católicos preparados para realizar el rito.
Nadie paga por estos ritos. Las liberaciones y sanaciones son parte de la vida feligresa de quienes concurren a la capilla del padre Rojas y su objetivo es tratar de ayudar a gente afligida por diversos males.
En el caso de Claudia, luego de su largo tratamiento de seis sesiones volvió a su casa en Brasil junto a su marido, libres del mal que los acechaba.
La Estrella solicitó la opinión del obispado de Valparaíso respecto de estas prácticas, sin embargo, pese a las solicitudes no hubo respuesta de la autoridad eclesiástica.