El "Tío Pelao" se despeina en la previa festivalera
Uno de los emprendedores más reconocidos en la tradicional movida de restoranes, eventos y hoteles en Viña del Mar de las últimas décadas, nos hace un recorrido en historias desde su 'hogar' personalizado, ahora en el Alcántara I.
Guillermo Ávila N. - La Estrella de Valparaíso
Degusta un café, como sólo saben disfrutarlos aquellos que se manejan en el arte de las papilas gustativas, cómodamente sentado al centro de un compacto y robusto mesón que bien podría haber sido sacado de algún fino rincón hotelero de su Mendoza natal.
A simple vista pareciera un recepcionista más (con caché "hay que hacerlas todas, viste", dice) del Hotel Alcántara, situado en calle Viana 575, cerca del epicentro que hoy circunda al sonoro Festival de Viña. Pero lo cierto es que Rodolfo Martínez es el jefe del sitio. A decir verdad es el propietario de ése y otro coqueto hotel del mismo nombre revestido de una estilosa fachada crema colonial ubicada justo al frente, en calle Álvarez.
Este hombre, que ya lleva recorrido a concho seis peldaños de una vida conservada como tuna, larga de entrada una mirada franca. También proyecta aquel aspecto sereno de los que ya han pasado por todas. Y claro, es nada menos uno de los precursores de aquellos sitios creados para el esparcimiento, descanso y la pícara picá (si se pudiese calificar así) hotelera. Todavía más: un pionero en la zona en cuanto a restoranes y centros de eventos familiar y corporativos se trata.
Hablamos de un personaje del cotidiano viñamarino, mejor conocido como "Tío Pelao".
En esta fecha estival, hasta un jueves se confunde con sábado debido a la cantidad de clientes que se alojan aquí, en el Alcántara I. Es uno de esos escasos lugares bien equipados a la usanza y trato personalizado como en casa, donde se puede pasar unas vacaciones en familia o escapar de la rutina, no tan a la onda franquicia que en estos tiempos se levantan por doquier.
Por si fuera poco -y si las paredes hablaran- es el cuartel de batalla de algunos enviados de prensa local y extranjera para cubrir los entretelones y copuchas de la Quinta Vergara. A simple vista, no se exagera si alguien por estos días asegura que este establecimiento replica un salón de operaciones festivalero. De hecho, entran y salen reporteros gráficos y periodistas por varios flancos.
Uno de esos es Bruno Gutiérrez, director radial en Perú y que ya lleva ocho Festivales al cuerpo e ídem en este hotel. "Vengo a cubrir la competencia folclórica. Desde un principio me alojé en este hotel que me resulta súper cómodo y de buen ambiente. Todos son amigos aquí", lanza este periodista de Lima -junto a su simpática colega Samy- con una labia sacada no del Rímac, sino más bien de los infla pecho del Río de la Plata.
¡Chile lindo, viste!
Sabiendo esto, nos sentamos junto a don Rodolfo Martínez, esperando, tal vez, encontrar a alguien canchero y funcional. Porque su aún marcado acento propio del otro lado de la cordillera lo delata.
No estamos tan errados, nos recibe con chistes (subiendo las cejas y entrecerrando los ojos) que ya se quisiera Ricardo Meruane ante el 'monstruo', y un cálido apretón de manos.
Tras la presentación, una pregunta se antoja inevitable: ¿ha sido fácil adaptarse a este país? "Y nunca es fácil. Llegué por primera vez, junto a un amigo, en 1976 en la época de furor por venir a Viña. Me enamoré no sólo del lugar, sino al toque de una chilena (Cristina Castro, su ex esposa). Al año contraje matrimonio", responde sin apenas titubear.
Luego, decide volver a su tierra por espacio de una década. En Argentina tuvo a sus dos queridas hijas Carla y Alejandra.
Pero el bichito de Chile y la nostalgia por la adoptiva Ciudad Jardín pudieron mucho más.
Así volvió en 1987 con la idea de instalar un restaurante en un punto estratégico en Viña del Mar, pero le fue difícil. "En esa época el tema por los inmigrantes resultaba complejo para levantar un negocio. Hubo trabas, cosas raras, papeleos de todo tipo", recuerda con cierta resignación de quien aperra por salir adelante.
Entonces, aquel instinto hambriento de superación necesitaba ser alimentado por nuevos retos, y el mundo de las ollas, quinchos y entretenimiento a campo traviesa le cayeron en su imaginario como anillo al dedo para llevarlo a un interesante terreno de juego.
"Empecé a trabajar y con la ayuda de algunos amigos logré comprar una parcela en la que de a poco construí un camping", acota Martínez.
De esta forma, el punto de mira apuntaba a un área extensa en el Camino Internacional. Y, en ese camping ("mira, se trata de un término que antes ni se conocía acá", dice) todo iba a cambiar.
Tío Pelao, un clásico
El tema de los quinchos y parrillas no era algo habitual en esa época en un Chile más recatado. Envalentonado con la idea y las monedas precisas a punta de esfuerzo y 'vacas', monta ocho cabañas y luego un restorante para 150 personas. Más adelante incorpora piscinas y ranchos hasta armar su soñado camping. Todo, en tres años. Eso a inicios de los 90, con un nombre que quedó plasmado en la retina viñamarina, a su imagen y pintoresca semejanza: "En donde el Tío Pelao".
"A ese camping iban todos. En especial a fin de año, unos 150 alumnos de todos los establecimientos lo repletaban. Además se hacían fiestas de empresas y eventos a full". Fueron 15 años de historias a un costado del carretero Camino Internacional, cerca del mismo enclave en 'Donde la Cuca'. "Incluso se armaron pololeos y futuros matrimonios que se conocieron allí, entre los ranchos y piscinas. Hay mil historias", reflexiona al alero del pasado.
Luego de una década y media, y ya aplicando freno de mano al pasar la cuesta de la vida, sus operaciones se volcaron del "Tío Pelao" a posicionar la imagen pavimentada ahora en el rubro hotelero; retos que desde 2005 y hasta hoy lo tienen llevando las riendas de los Alcántara I y II. "Me siento cómodo en este ámbito profesional. Brindar una atención personalizada es la clave", argumenta Martínez, a quien en 2008 se le otorgara una distinción Pyme a la gestión competitiva por su nivel de calidad.
Quizás dichos factores modelan la cordial personalidad de Rodolfo de cara al cliente y de sus propios trabajadores, y que son 15 en total (repartidos entre ambos hoteles). "El personal está a la altura. Por eso ya tengo mi clientela, empresas que vienen a reservar durante todo el año".
Sus joyitas hoteleras albergan, entre ambos, una capacidad de 30 habitaciones. De ambiente confortable, cuentan con habitaciones con baño privado, desayuno, calefacción, cable, servicio de lavandería, WIFI y estacionamiento.
La entrete conversa, que a ratos se interrumpe cuando alguna furibunda anécdota salta de su pensamiento a la parte verbal, continúa por la senda de una filosofía laboral de superación y competitividad. "Es un hotel familiar, me preocupo de que los clientes no tengan problemas. Nuestra atención es focalizada. No hace falta venir de corbata", acuña con un dejo a humildad, tal vez ya chilenizado un poco.
Y entonces se le ilumina la cara, lanza una carcajada y saca el vozarrón che: "Me apasiona el turismo y la atención. Es un valor que se debe resaltar en esta zona. Tengo clientes de Argentina, Uruguay, Brasil e incluso Perú".
El Festival está a punto de arrancar y aquí en el Alcántara I, mientras tanto, todo pasando entre la gente de prensa. Como el ánimo de Rodolfo Martínez, un empresario vital, lleno de energía y sabrosas anécdotas de fútbol, agentes, señora FIFA, dirigentes locales y minas. Pero ésa, ya es otra historia.