Con palabras del diaguita, aymara y mapuche creó su propio idioma
Hay que unir la herencia indígena, dice Josué, estudiante de Bachillerato en Ciencias Sociales de la Universidad de Antofagasta. Hace dos años se le ocurrió una idea que podría cambiar la historia que conocemos de nuestros pueblos: mezcló vocablos y dio vida a su propia lengua. El objetivo: que ellos lo utilicen el llamdo "Chiligún".
Sentado bajo la sombra de un árbol en la Universidad de Antofagasta, Josué Alquinta ("No soy pariente del Gato Alquinta", aclara) recuerda que su hermano siempre le ha puesto nombres raros a los perros de su casa en Mejillones. Tenía uno que se llamaba Chuchu y otra que se llamaba Missi. La Missi estuvo a punto de morirse porque no podía parir, y José le sacó el cachorro a la fuerza no más.
-Era cosa de vida o muerte, si no, se moría la perrita que estaba pariendo. Se rompió la bolsa amniótica- dice.
Josué (21) es estudiante de Bachillerato en Ciencias Sociales de la UA, y a esta hora, dos de la tarde, en el Campus Coloso el pasto arde. Naya, la fotógrafa, busca ángulos para disparar. Josué recuerda que la Missi no se murió esa vez, pero el perrito chico sí. Le quebró un hueso y era. Como sea, la historia de la perra viene a propósito de la pregunta de qué era lo más bizarro que le había pasado en la vida.
A los ojos del mundo, Josué podría parecer un tipo tan bizarro como la historia de su perra Missi. El hombre usa una boina café, habla pausado y ligero, y cuida que sus palabras suenen-todas-tan-correctas-en-su-formulación. Para el estereotipo del universitario zorrón, Josué es un "freak", porque es un tipo tranquilo que cuando lo ves sabes que jamás podrás verlo en pelota bailando un temazo de Karen Paola. Pero si hablas con él, te puede hablar tanto de política como de perros muertos.
Dentro de una carpeta, el estudiante saca unos papeles. "Mira cuantas copias me sacó la impresora, se me acabó la tinta", dice. Se pone serio, porque en esas hojas está un trabajo titánico en el que ya lleva casi tres años: creó su propia lengua, tomando trozos del mapudungun, del kakán y de otros pueblos indígenas. En las páginas tamaño oficio se pueden leer verbos, conjugaciones, tiempos, todo creado por él.
-Yo comencé esto frustrado por la mala onda que hay en Chile entre los diferentes pueblos que hay, y esto es una manera de acercar a los pueblos que hay en el país. El pueblo aymara, diaguita, el mapuche. Busco una sincretización entre los pueblos que hay.
-A pesar de las diferencias entre el mapuche y el aymara...
-Es que quiero que la cultura en Chile evolucione, que no quede estancada. El hombre chileno no se reconoce por lo que es, nunca piensa quienes lo trajeron a la vida. Esto va más allá de tu padre, de tus abuelos, cuando la mayor parte de la población chilena tiene descendencia nativa o española. La gente nunca piensa que sus ancestros fueron los conquistadores o guerreros mapuches. Y se olvidan de eso, tratan de evadirlo, evitarlo. Ese es el paradigma de rechazo contra el pueblo nativo.
La primera palabra que se le ocurrió a Josué fue "Chilligen" (de "Chile" y "gente"). Apasionado por la lingüística, con el tiempo fue perfeccionando las frases y llegó hasta conjugar verbos, como en la hoja que nos trae a la cita bajo el árbol de esta explanada (ver recuadro). El idioma ahora se llama Chiligun, creación personal de un mejillonino para acercar cuatro mil kilómetros de territorio nacional.
Visto a la rápida, el asunto es complejo. Estamos hablando de arrasar miles de años de uso de una lengua, y del hecho que el chango de Antofagasta jamás vio ni de lejos un alacalufe en los fiordos del extremo sur. Josué dice que no pretende reemplazar el castellano, pero si utilizarse.
-¿Y cómo lo masificarías? ¿Irías a una escuela en el sur o algo así?
-A través de la literatura. Estoy muy interesado para nombrar contextos ficticios de una novela, o nombres de cosas, de personajes, de objetos, de criaturas.
-¿Pero se puede utilizar?
-Ah sí, claro. Es una manera de promocionarla, de intentarlo en internet, de crear un sitio web y decirles a la gente "¡Hey! ¡Aquí hay una lengua para que despierte tu imaginación!"
Tardes en mejillones
Naya, la fotógrafa, cuenta que tiene unos abuelos bolivianos, y que por ahí vendría su descendencia indígena. El segundo apellido del periodista es mapuche y su familia originaria de Pitrufquén, en la región de la Araucanía, así que la conjetura de Josué tiene sentido. Así nos cuenta que su tiempo libre lo pasa escuchando música, o avanzando en su proyecto que tiene definido terminar en dos años como primera versión.
Diariamente, Josué tiene tiempo para pensar, y mucho. Se pega el pique Mejillones-Antofagasta (dos horas en una micro) para vivir y estudiar, y dice que agota, pero no tanto como uno podría pensar. "Uno tiene que aperrar si uno quiere hacer lo que quiere".
-¿Qué tal Mejillones? ¿Es muy aburrido?
-Es que acá en la ciudad tienes de todo. Mejillones es como un pueblo donde tiene un gran espacio alrededor. Tienes mucho más que hacer onda tipo natural, al lado tienes una duna maravillosa para ir a jeepear.
Josué vuelve al tema de conversación que nos convocó. Dice que su sueño es sublimar la cultura chilena, engrandecerla y darle una identidad cultural a este país. Porque así nadie se sentirá aislado ni marginado por el tema geográfico. Como los ariqueños, que si no es por un tema fronterizo escasamente aparecen en algún medio nacional. O la gente de Punta Arenas, donde hasta el día de hoy no existe un camino para llegar directamente vía Chile.
La fotógrafa lleva cinco minutos sentada, con unos lentes de sol que no se saca por ningún motivo. Escucha atenta los sueños de Josué.
-¿Cuáles son tus sueños, Naya?
-Yo no tengo sueños, tengo metas- dice la fotógrafa.
-¿Pero qué te llena?
-Es que no sé, mis amigos quizás me llenan.
La charla ya se había ido al carajo. Iba en eso, cuando de pronto, Josué se acuerda que en verdad, le había ocurrido otra cosa que de verdad podría ser calificada como la más bizarra que ha vivido. Ya no habla tan pausado, se le ve relajado. En Mejillones él tenía un perro que se llamaba Feo. Un día, en el living, golpeó a la puerta una gitana pidiendo agua. "La gitana como que mira con los ojos desorbitados al perro, y me dice que el perro se va a morir si no le daba plata", cuenta. Al otro día, el Feo efectivamente se murió.
-Yo quedé traumado loco, me da miedo, si no quiero ni ir a la Plaza Colón.
-Pobre Feo.
-Y era feo el hueón poh.