Alta fidelidad: el vinilo, más aguja que nunca
"En una colección de vinilos hay todo un mundo: más simpático, más guarro, más apacible, más lleno de color, más sórdido, más adorable que el mundo en el que vivo; en él hay historia, geografía, poesía, romance y otras mil cosas…".
Así describe, en parte, el escritor Nick Hornby a la vocación de su alter ego literario Rob Fleming, un apasionado -y casi en ruinas- vendedor de música que mueve discos que sólo a él le gustan. Y nada más que acetatos, claro está.
Esa nostálgica atmósfera, que bien recrea la novela -y película- Alta Fidelidad, se reproduce, de alguna forma, en calle Valparaíso con esquina Villanelo.
Basta subir hasta su segundo nivel para encontrarse con paredes salpicadas de carátulas de culto y estanterías abarrotadas de DVD's. Desempolvar tesoros del audio en la pintoresca tienda Rewind invita al placer.
Allí, su propietario, el recreíno Rafael Carvajal, podría llevarlo por un mágico recorrido (con baches, por cierto) a la, digamos, ¿vuelta de los vinilos?
"Este negocio es romántico. Onda para sentarse, compartir una buena copa y escuchar un sonido de verdad. Su fidelidad sonora es puro lujo. Y más si es clásico genuino", recalca Carvajal, quien viviera 22 años en Estados Unidos en la meca del long play. "Cuando chico era fanático de comprar música, vinilos. Por eso me aventuré con este local. Aquí estamos".
Sin embargo, de golpe, la aguja salta del tornamesa en su relato. Hay desventajas. "La fiebre no creo que dure mucho. Los jóvenes van a cachar que es un queso", aventura. ¿Argumentos? "Una lata acarrear equipos y discos a fiestas. El vinilo es un hobby caro. Qué las agujas. Qué se quiebran fácil…".
No es todo. En los iPods y mp3 caben miles de canciones de bolsillo. Sus dimensiones en cuanto a tamaño y fragilidad, lo vuelven vulnerable. Además, "los remasterizados (cd traspasado a vinilo) suenan mal", agrega a su lado, el colombiano-chileno Milenko Prieto, encargado.
"Hoy producir un vinilo por volumen te sale 5 mil pesos; un CD, 2 a 3 mil". Eso sí, reconoce que aquel delicioso chirrido es como una orquesta, "capaz de captar la banda ancha; los altos y bajos", dice Prieto.
¿Les suena?
Pero para los fanáticos, sacar el vinilo de su funda, ponerlo en un tocadiscos, deslizar la aguja sobre la superficie negra, evoca, más que el paraíso musical, una perfección de ritmos y recuerdos… bellos recuerdos.
Los ojos se humedecen, de remembranzas y épicas historias al brillo del vinilo. Son los de Víctor Hugo Sacchetti, un comerciante de larga trayectoria en la zona. Ex gerente de Phillips y bombero de la Sexta Compañía porteña, hoy, junto a su hijo Giuliano, administran el local Casa Eléctrica Fernández, en la calle Valparaíso.
Aquí encontrará aquellas agujas (las hay de diamante y zafiro; elíptica y cónica) que son tan difíciles de hallar como en un pajar, modelos distintos para entendidos.
Dato, hay promo: todas las agujas están en 19.990 pesos. De paso, aseguran, con la mira puesta en coleccionistas y adictos a las piezas, que reparan tocadiscos de los años sesenta, setenta, ochenta y más.
Para Giuliano, este pasatiempo es como tomarse un buen café: hay que saber molerlo y prepararlo justo al degustar. "No como un Nescafé instantáneo".
Víctor Hugo complementa la anécdota: "Tengo clientes que llegan casi en la miseria, incluso dejan de comer con tal de adquirir una cápsula de 50 lucas. Eso refleja su cariño".
Su hijo, Giuliano, recurre a la memoria. "Hace cuatro años que la gente solicita modelos específicos de aguja". Incluso más: las importan de las fábricas, en caso de no tenerlas.
Si es cultor de esta pasión, tome en cuenta lo siguiente. Clave: existen diversas categorías de agujas. Por ejemplo, están las de zafiro (vidrio cortado) y diamante (vidrio más duro del mundo). Aparte de esas, otras dos categorías van en el corte de la aguja: cónica (hay que calibrarla para sacar más sonido), elíptica (es mejor, y de mayor rango).
¡Qué gire no más!
Si emprendemos un viaje en el tiempo en busca de la leyenda del tocadiscos, en la senda del escritor Marcel Proust, descubriremos que su data se remonta a 1877, cuando Edison inventó el fonógrafo en su laboratorio de Menlo Park, en Nueva Jersey. Aquel aparato registró y reprodujo sonidos por un cilindro de cera que giraba con una manivela. Primera grabación: la canción infantil Mary had a little lamb.
Décadas después, la pionera reproducción completa de una ópera fue Ernani de Verdi, que ocupó la friolera de 40 discos y se editó en 1903, en Inglaterra.
Ya más adelante, en una época marcada por el auge del surf, la psicodelia y el pop art, las portadas de vinilo crearon una mitología única. Inolvidables: The Velvet Underground y la imagen del plátano diseñada por el artista Andy Warhol. También las de Sgt. Pepper's y Abbey Road, de The Beatles. Y la censurada Sticky Fingers, de The Rolling Stones, que mostraba unos ajustados jeans.
Ya en los ochenta, los guetos circundantes en el rudo Bronx hicieron de pinchamesas, con 'scratches' y rimas gracias al frenético ritmo del breakdance. Esto, en adelante, se reflejaría en los Dj del hip hop y luego la electrónica.
En Chile impactó, con altos y bajos. "Boom" con la 'Nueva ola' y la Feria del Disco. En los setenta, el apagón cultural mandó a la hoguera a miles de vinilos "protestas". Años después, Los Prisioneros, el rock latino y La Ley lo llevaron a un plano de culto. Y pausa.
Hoy se vive el renacer del vinilo; allí están el arte en portadas y el coleccionismo de fans. Un "revival" en plena revolución digital... Dom Pérignom para el bebedor fina clase. Mister Sacchetti, Morales y Fleming, bajen aguja. ¡A girarlo, y en alta fidelidad! J