Los horrores del sitio de Leningrado en la voz de un sobreviviente
El académico ruso Alexander Zamyatnin tenía 11 meses cuando los alemanes aislaron Leningrado en 1941. Setenta y cuatro años después, en Valparaíso y lejos de su ciudad natal, comparte su experiencia para que "no vuelva a pasar".
Los murmullos y la ansiedad eran protagonistas el miércoles por la tarde en el auditorio 1 de la Universidad Andrés Bello de Viña del Mar. La audiencia aguardaba expectante para conocer a Alexander Zamyatnin, docente ruso cuyos primeros meses de vida los pasó soportando una de las hambrunas más terribles de las que se tenga memoria, ocurrida durante el sitio realizado por el ejército alemán a la ciudad de Leningrado (hoy San Petersburgo), entre el 8 de septiembre de 1941 y el 27 de enero de 1944.
Restando algunos minutos para las ocho de la tarde, el físico y actual investigador de la Universidad Santa María traspasa el umbral del auditorio, mientras todos lo siguen con la mirada. Se sienta cómodamente sobre el escenario junto a su inseparable compañera y también docente, Yulia Poliakova, a quien conoció mientras estudiaban en la Universidad de Moscú, para dar su testimonio de vida en la segunda jornada del ciclo 'Segunda Guerra Mundial' de la UNAB.
Bastó que el doctor pronunciara su primera palabra para que el público enmudeciera y sus ojos se posaran sobre el rostro conmovido de Zamyatnin, al recordar los esfuerzos de los leningradeses por sobrevivir los duros 872 días que duró el bloqueo (aunque es conocido como el sitio de los 900 días). Su esposa y también exclusiva intérprete intenta no perder detalle de sus palabras, al tiempo que aporta también datos relevantes a la narración. "Cuando lo conocí era así de flaco" (señala con las manos lo delgado que era a causa de la distrofia), recuerda Poliakova.
Hoy Zamyatnin está recuperado físicamente, las secuelas del hambre que sufrió quedaron en el pasado; incluso, ahora es un hombre más bien corpulento. Sin embargo, las secuelas psicológicas fueron las más difíciles de sobrellevar. Debido a su corta edad durante el sitio, no tiene recuerdos nítidos de los más de dos años que duró el cerco alemán, y sólo logró reconstruir lo allí vivido a través de los relatos de su madre, la única sobreviviente de su familia además de él. Recién a los siete años logró aprender a caminar y de su mente se borró todo lo ocurrido hasta entonces.
A un paso de la muerte
Con su padre fallecido en 1942, mientras defendía la ciudad de los alemanes, su madre fue la gran responsable de que Zamyatnin sobreviviera. Para el doctor, es imposible no mencionar el momento extremo que vivió cuando estuvo a punto de perder la vida y su progenitora logró revivirlo cuando sólo era un débil bebé. "Mamá contaba que no reaccionaba. En el momento que pensaba que iba irme, apareció una buena persona con una cáscara de papa y el jugo que sale mamá me lo dio en la boca y me volvió a la vida", señala.
La literatura existente sobre este episodio histórico revela que los leningradeses tuvieron que recurrir a medidas extremas para no perecer. Cuando los pocos huertos - que aunque suene tétrico- se instalaron cerca de donde eran depositados los cadáveres para aprovecharlos como abono no dieron abasto, hubo que comer el tapiz de las paredes, gatos, ratas y hasta carne humana.
Este último recurso de sobrevivencia es un tema sensible para el físico incluso hasta hoy, por lo que Poliakova se apresura en indicar que "prefiere no hablar de eso". Aunque a la luz de los antecedentes conocidos con el paso de los años, negar los actos de antropofagia es imposible.
NUNCA MÁS
Ya en la década del sesenta, el paso de Zamyatnin por la universidad fue una etapa enriquecedora tanto en lo personal como en lo académico. A pesar de que sólo asistió al colegio cuando tenía 14 años, recuperó terreno rápidamente.
Primero estudió Matemáticas, al poco tiempo e -incluso de forma paralela- siguió con Física y hasta tocó piano, instado por el célebre compositor Dmitri Shostakovich. Con él, se pasaban horas hablando de lo ocurrido en Leningrado (ciudad natal de ambos) y - como revela Poliakova- incluso el músico le ofreció al joven Alexander ser su discípulo. ¿La condición?: elegir entre la música o la física. El camino elegido hoy es conocido.
Aunque la madre de Zamyatnin murió cuando él ya era adulto, siempre tuvieron una relación muy estrecha. Sólo se tenían el uno al otro. Para él, su progenitora representa el ser más sagrado, al punto de que no duda en reconocer que "gracias a ella y a los defensores de Leningrado yo tengo vida y estoy acá ahora".
En memoria de su madre y del más de un millón y medio de leningradeses que murieron sitiados (de una población inicial de 3 millones), no pierde oportunidad de contar su historia de supervivencia. Ya sea en su actual trabajo o en los innumerables eventos de conmemoración del fin de la Segunda Guerra Mundial, quienes lo escuchan con mayor atención son los jóvenes. Esto lo llena de satisfacción, porque "puedo comunicar (lo que ocurrió), para que no vuelva a pasar nunca más". J