Éstos son los implacables cazadores de tesoros
A mediados de los noventa, el gringo Bernard Kaiser encontró en la Isla Juan Fernández unas escrituras que le cambiaron la vida. El hallazgo, que ocurrió en la cueva de Alejandro Selkirk, en el corazón del Puerto Inglés, lo llevó hasta Sevilla, España, en donde indagó los "archivos de Indias" y descubrió que un marino de la corona española había enterrado un tesoro.
Kaiser, alucinado con este acontecimiento, decidió que debía encontrarlo a toda costa. Y fue así como a fines de 1998, viajó una vez más a la Isla Juan Fernández para empezar con la búsqueda. Según indica el sitio de la municipalidad isleña, el empresario estuvo durante tres días tratando de dar con el tesoro, pero no obtuvo resultados positivos. Dos años más tarde, nuevamente volvió al Puerto Inglés pero tampoco le fue bien. A estas alturas, cualquiera ya se hubiera desanimado, pero como el historiador ya estaba decidido a ser un "cazatesoros", volvió a la isla en octubre de 2000 para continuar con la búsqueda. Ahí se quedó hasta diciembre de 2001, pero otra vez no pasó nada.
El tesoro de los piratas
Esta misma sensación es la que ha experimentado Juan Crass, un conconino que desde niño ha amado la vida del viejo Oeste y que poco a poco ha transformado su hogar en una verdadera película western. Su historia como "cazatesoros", comienza hace 15 años atrás, cuando con su amigo Roberto Sandoval decidieron mandarse a cambiar al extremo sur del país para encontrar un tesoro de piratas. "Llegó a nuestras manos un libro antiguo donde salía un cargamento de oro que llevaron unos piratas que cruzaron el estrecho de Magallanes y se quedaron en una isla que queda un poco más al sur del Golfo de Penas. Ahí en el libro salía más o menos la descripción y las coordenadas aproximadas y después de juntar esos datos con otra información, pudimos saber en dónde era", relata el hombre, entusiasmado. Con la referencia más precisa, Crass y su amigo Sandoval se fueron a la aventura. "Nos fuimos los dos solos, compramos detector de metales y toda clase de implementos. Llegamos hasta Puerto Montt y de ahí nos subimos a una barcaza que llega a los canales. Nosotros queríamos que el Capitán nos dejara en la isla del tesoro, a la pasada, pero no quiso porque era muy arriesgado", recuerda el viajero.
Los cazatesoros son muy reservados con los datos, por eso es que ninguno dice los nombres de los lugares en donde se encuentran las fortunas. Con esto en claro, seguimos con la historia.
Como el Capitán de la barcaza no quiso dejarlos en la isla, Crass y su amigo llegaron a un pueblo cercano a los alacalufes. "Nos quedamos ahí donde había unos pocos pescadores. Nos prestaron una cabañita porque nosotros llevábamos carpa y pensábamos quedarnos así no más. La travesía fue a fines de abril y en el pueblo estuvimos en mayo, en pleno invierno. Pasamos frío y hartas penurias, pero muchas anécdotas", dice el busca tesoros.
Una de las cosas divertidas que les pasó, fue cuando se subieron al bote de un indio. "Queríamos tratar de llegar a la isla que quedaba a unos 40 kilómetros más al sur pero no podíamos porque había muchas tormentas y pasábamos dentro de la casuchita. Desesperados, un día por arte de magia amaneció despejado y nos fuimos donde los indios a preguntar si nos podían llevar en sus botes. Partimos temprano y tipo dos de la tarde, se tapó de nubes y nos pescó un temproal en medio del canal. Íbamos con nuestras capas tapados y el indio que nos llevaba atrás con la vela. Pero de repente el bote se empezó a mover para un lado y cuando nos damos vuelta para mirar, vemos que el indio se había caído al agua y que sólo se le veían sus manos afirmándose, ¡jaja!", afirma Crass.
El indio fue salvado por los cazatesoros y pudieron llegar a la isla. "Ahí buscamos un lugar para pernoctar pero era complicado porque eran puros acantilados, hasta que pillamos uno y pasamos la noche. El indio hizo una ruca y una fogata. Luego hablamos con unos pescadores que nos dijeron que siempre hacían intercambios con los indios y uno de ellos tenía un lingote de oro. Y eso, sin contar a lo que íbamos, más nos animó a buscar el tesoro", señala el aventurero.
La travesía duró aproximadamente un mes y sin resultados. Los dos se tuvieron que devolver remando, pero guardando como tesoro la experiencia. Sin embargo, Crass es enfático: "A uno nunca se le quita las ganas de seguir con esto. En ese tiempo era soltero y por eso me arriesgaba, pero ahora sigo con el deseo de seguir buscando tesoros".
Los implementos
Nelson Lepe, un santiaguino que ha venido varias veces a la región buscando lo mismo que Crass y el gringo, se hizo cazatesoros a los 18 años. "El interés por buscar cosas y entierros, nace cuando tuve la oportunidad de vivir en Estados Unidos donde esta actividad se practica hace muchas décadas (...) Posteriormente y una vez de vuelta en Chile, me encuentro con un aviso de un señor que vendía su menaje y entre esas cosas, un detector de metales, el que recuerdo me costó 20 mil pesos en ese entonces. Ese equipo era un equipo básico para principiantes pero así todo pude conseguir una gran cantidad de monedas principalmente, en las playas del litoral central, entiéndase Papudo, Algarrobo, Viña del Mar, Concón y otras playas más al norte", detalló.
Nelson explica que si bien buscar tesoros "es un hobbie", se lo toma muy en serio. "Muchas veces, las búsquedas que uno realiza corresponden a paseos familiares, pero en otras oportunidades son programadas en base a visitar lugares históricos. Por ejemplo, he concurrido a lugares como el sector de la cuesta de Chacabuco, donde se realizó la batalla del mismo nombre. Ahí se han encontrado municiones de la batalla, junto a otros amigos, encuentros que han permitido logra un idea más clara de cómo realmente fue el enfrentamiento de aquella batalla", apuntó.
Para esta actividad, que compatibiliza con su trabajo, Nelson Lepe ocupa varias herramientas, además del detector de metales que él mismo fabrica. Su afición por la electrónica le ha permitido interactuar con comunidades en el extranjero, donde analiza circuitos electrónicos que arma hasta dejarlos en el punto que él desea como detectorista profesional. No obstante, para cada misión hay un detector distinto. "Se debe tener presente que los tipos de suelos inciden en el comportamiento de las señales, en especial cuando se buscan objetos de pequeño tamaño y que requieren ser discriminados y bien escuchados para saber si realmente vale la pena excavarlos o no", señala.
Si bien hasta la fecha no ha encontrado un tesoro de cuantioso valor, el cazatesoros destaca una caja metálica que encontró en casa de unos familiares y que contenía muchas monedas antigua de plata y algunas notas de la familia.
Búsqueda insaciable
Estos tres cazatesoros dedican bastante tiempo a sus exploraciones. Y aunque su familia los apoya pero no los acompaña a buscar, los tres tienen deseos de seguir con sus aventuras. Nelson, por ejemplo, quiere visitar donde se realizó la batalla de Placilla y Concón. "De hecho, en una oportunidad en el sector de Concón, en un condominio, encontré una cuchara que se supone era de las tropas que caminaron desde Quinteros, hasta Concón, donde finalmente se realiza una de las batallas", dijo. ¿Y el gringo? pues no se rinde. Desde que la Comisión de Evaluación de Impacto Ambiental de la Región de Valparaíso le dio la autorización en 2011 para excavar en Juan Fernández, ha prometido regresar en septiembre u octubre, para continuar con los trabajos que hizo junto a sus colegas hasta el 4 de mayo. J