Nada más, nada menos
Estoy escribiendo este texto acostado, cansado, con mi mente en remojo, después de haber vivido una intensa fiesta de Año Nuevo. Todo comenzó en "Pan de Magia", ese pequeño reducto gastronómico ubicado en la plazuela San Luis del cerro Alegre, donde compré empanadas de carne mechada, que se desvanecieron en la boca en una explosión de sabor parecida a la que provocan los fuegos artificiales en los ojos. Creo, sin dudas, que todo lo que actualmente se está cocinando en ese local está entre las exquisiteces más potentes de la ciudad. Prueben las estrellas (una masa con esa forma) rellenas con ají de gallina o jaiba y verán que no estoy exagerando.
Los santiaguinos que probaron las empanadas llegaron a llorar. Después de ese breve almuerzo me puse a cocinar para la noche. Abrí una botella del whisky Jim Beam, le apliqué cocacolita, y empecé a bajármela, mientras llenaba las empanadas con queso y camarones. Después hice canapés con espárragos, queso crema, salmón ahumado, pasta de pollo asado, aceitunas, salamé y otros productos. A las 19 horas ya había terminado, pero también la botella se había desintegrado y su contenido bailaba graciosamente en mis neuronas. Bastante ebrio recibí a las visitas. Un grupo de diez amigos llegó hasta la casa y nos bajamos como 15 botellas de champaña, varios vinos, unos vodka, y latas de bebidas energizantes. ¿Me hará mal si me tomo la tercera Red Bull?, le preguntaba a la masa, que me miraba preocupada. Antes de las 12 me vino un ataque de reflujo gástrico muy potente. Casi invocó a Guajardo en plena mesa, sobre la bandeja de canapés, pero algo impidió que la cosa llegara a mayores. Me llegaron a salir hasta lágrimas. Como a las cuatro de la mañana el panorama era el siguiente: una invitada estaba tirada roncando en un sillón. Otra dormía a "pata suelta" en la alfombra, mientras sus parejas, totalmente despreocupados, seguían empinando el codo. Todo llegó a su fin y la fiesta terminó. Me fui a acostar coqueteando con el borrón de cabeza. Pensé en todo lo bueno y malo que me pasó esté año y me di cuenta que tengo todavía una gran vida por delante, llena de oportunidades, junto a mis hijos y los seres que me aman. Nadie me detendrá y seguiré caminando, con mi botella en una mano y mis libros en la otra, plantando nuevas ideas y nuevas creaciones en esta tierra cerebral que necesita germinar más cosas. ¡Muchas felicidades en el 2015! Pasarán cosas buenas y malas y lo único importante es que nos sigan rellenado con ron el vaso en el Moneda de Oro. Nada más, nada menos.