Indiferencia y permisividad
Como porteño, observo con pesar y preocupación el nefasto relajo que cada día se hace más evidente en cuanto a cuidar y proteger la calidad de vida en nuestra ciudad. No quiero redundar en los problemas ya archi conocidos de Valparaíso, como la falta de limpieza en las calles o la presencia de perros vagos, sino en la indiferencia y negligencia con que la autoridad municipal y policial toleran que cada cual haga lo que se le antoja. Basta darse una vuelta por la plaza Aníbal Pinto para darse cuenta de esta situación. Desde la mañana, pero especialmente al caer la tarde, se puede ver cómo numerosa gente se instala a vender ya no sólo sándwiches de soya al paso, sino que ropa usada, cachureos, libros, dibujos y un sinfín de cosas, convirtiendo la plaza en una verdadera feria de las pulgas. Peor aún: esta semana pude ver con espanto que los punks que "machetean" habitualmente en el sector de Bellavista -otro trozo de la ciudad en el que las autoridades parecen haber bajado los brazos- se instalan ahora también en plaza Aníbal Pinto, donde piden plata, duermen en el suelo, hacen sus necesidades donde les venga la gana y molestan a la gente.
Mi pregunta es: ¿por qué la autoridad municipal no fiscaliza estas prácticas? ¿Por qué se permite el ejercicio abierto del comercio ambulante en este céntrico sector y los inspectores municipales brillan por su ausencia? Si cualquiera de nosotros ejerce una actividad comercial sin pagar la patente municipal, incluso pagando arriendo, cuentas de servicios y hasta sueldos, créame que no tardarán los inspectores municipales en caerle encima con un parte. Lo mismo si estaciona mal o si tiene la ocurrencia de ocupar la vía pública para cualquier actividad comercial sin pedir y pagar permiso.
Entonces, ¿por qué la fiscalización es dura para quienes, al menos, intentan aportar con la ciudad, y no para los que creen que en Valparaíso hay chipe libre para hacer lo que se les dé la gana? El caso de Aníbal Pinto es indignante, más aún cuando se piensa en los esfuerzos que hacen los comerciantes establecidos y cuánto pagan en permisos, patentes e inversiones para darle vida a la plaza. Encontrarse con este desorden y esta inexcusable permisividad es francamente irritante.