El guardián del fuego que vigila la capital
En esta época de incendios él, en la cima del cerro San Cristóbal, se encumbra a una torre y vigila el fuego. El protector de Santiago se llama Ricardo Pacheco y pasa todo el día a 30 metros del suelo.
Uno, dos, tres, cuatro…veinticinco…cincuenta…cien. Son más de cien los escalones que hay que trepar para llegar hasta la caseta que se empina en la punta del cerro San Cristóbal. Ricardo tiene 58 años, algunos kilos de más y la sube a duras penas, pero la sube. Llegó al parque cuando tenía 19 años. Había entrado a hacer el servicio militar dos meses antes, pero era 1974, las cosas estaban complicadas y lo mandaron de vuelta para la casa.
Se ríe porque dice que hasta le habían hecho una despedida, pero volvió. Empezó como estafeta, llevando documentos y haciendo encargos. Luego fue el guardián del zoológico, donde quedó fascinado con la elefanta Fresia (QEPD) que recuerda con cariño, y con los monos araña, "eran mis favoritos", cuenta. Lleva 39 años en el Parque Metropolitano y ya no cuida a monos y leones, ahora vigila las 720 hectáreas que comprende el cerro.
Cada día, Ricardo sube hasta la pequeña caseta donde pasa solo las 10 horas que dura cada turno. Arriba hay una mesa, una silla, un mapa del parque y un tablet que a esa hora, transmite SQP. Pero Ricardo apaga la tele rápidamente y sólo queda el sonido de los árboles. "Yo acá converso con Dios". Y lo dice medio en metáfora y medio en verdad.
Dice que ahí está más cerca del cielo y que no hay mayor tranquilidad que la que logra ahí, a 30 metros del suelo, donde se puede pensar. Tiene binoculares, una vista en 360 grados de la ciudad y ve el perfil de la virgen, que mira Santiago. No hay baño y bajar no es fácil. Hay que recorrer más de cien escalones pequeños, verticales, empinados. Desde arriba se ve todo. Por un lado, el norte. Huechuraba, una comuna plagada de empresas, y la Pincoya, una brava población en los faldeos del cerro. Y su función es preservar la flora del histórico San Cristóbal y prevenir que algún malintencionado acabe con el pulmón verde de la capital.
Lo que hay que tener
Fernando Maldonado, es gerente de manejo del fuego de Conaf. Él explicó a La Estrella que no cualquiera puede cumplir la función de Ricardo. "Un observador debe tener un amplio conocimiento del entorno, de los nombres de los cerros, río, lomas. Además, debe manejar cartografía y tener buena vista", pero no sólo debe cumplir con esos talentos. Para ser "torrero", el candidato perfecto "debe tener un carácter que le permita soportar la soledad, porque el torrero generalmente está solo durante todo el día. Son más de 12 horas que hay que cubrir, solo en la altura", dice el experto en llamas.
Maldonado también explicó que las torres de observación tuvieron su auge en los "80 porque son un sistema mucho más económico que el de monitoreo aéreo. "Las torres son la base de la detección" de incendios, aseguró. Así de importante. "Se han incorporado sistemas de cámaras de televisión", pero no es lo mismo. La importancia de las torres está dada porque para interpretar la información captada por las cámaras, se necesita a personas que distingan si efectivamente hay un incendio o no y que den la alerta. "Los torreros aportan información adicional porque interpretan lo que ven y esa garantía no la dan las cámaras, que son un buen complemento". Por su parte, Ricardo Pacheco afirma que "esta es una torre especial, está súper alta, da bastante resultado". Durante la noche eso sí, no hay vigía, y ahí no hay tecnología que ayude.
La necesidad del ojo
Los torreros, según el experto en fuego de Conaf, son más necesarios donde hay más gente, porque son las mismas personas las responsables de prácticamente el 100% de los incendios que ocurren en los parques del país. Allí donde hay seres humanos, hay peligro de incendio. "En Chile todos los incendios son causado por negligencias, descuidos o mala intención de las personas", explicó Maldonado, haciendo especial énfasis en "todos". Y además asegura que "muy pocos incendios, cuatro o cinco, son causados por caídas de rayos en verano en tempestades eléctricas sin lluvias". El cerro San Cristóbal, punto neurálgico de la capital, recibe a miles de personas en el verano, lo que hace imprescindible el trabajo de Ricardo, que hasta ha evitado robos mirando desde las alturas, donde ha visto de todo, hasta algunos suicidas.
Maldonado dice que en algunos países no necesitan del ojo humano para vigilar sus bosques y sólo usan satélites que desde el cielo detectan puntos de calor. En Brasil, por ejemplo, no hay torreros. Es que el Amazonas es demasiado grande para mirarlo con binoculares. Pero para él los satélites no podrían competir con los vigías del bosque. "La información (de los satélites) no se usa para detectar incendios, porque estos satélites pasan cada cuatro o cinco horas. Entonces no es información permanente como la de un torrero, que está mirando constantemente todo el entorno".
Ricardo habla de su trabajo y reflexiona. "Yo no me niego a la modernidad", dice, mientras piensa en la posibilidad de ser reemplazado por una cámara. Pero mientras dure, es feliz. "Uno abre las ventanas y se produce una corriente de aire.
Es bonito, tiene una vista espectacular", reflexiona el guardián desde las alturas.
"Un observador debe tener un amplio conocimiento del entorno, de los nombres de los cerros, río y lomas". Fernando Maldonado, gerente de manejo de la Conaf.