El maestro italiano no vidente que le pone nota al clavecín
Antonio Panzera, junto a su amigo chileno instrumentista Nelson Contreras, le pusieron sonido -y vibra- a un fugaz paso por Valparaíso al cotidiano. Conozca la historia de este virtuoso del barroco a través de su vida y la de su amigo.
El compás es distinto. Avanza a su propio tempo. Aquellos pasos abanicados sobre zapatillas, sortean obstáculos al camino. Nada impide que llegue a destino. Y siempre puntual, sonrie. "Nunca había estado en Valparaíso. Percibo que esta es una linda ciudad. ¡Qué rica la chorrillana!".
Antonio Panzera es un músico tano de pinta algo convencional hecho a sí mismo. A sus 39 años, soltero y con unas gafas en azul metálico que eclipsan un glaucoma congénito hereditario a cuestas desde los once años de edad -"aún recuerdo bien la paleta de colores", agrega-, el desafío a la vida, lejos de nublarle horizonte, lo ilumina, día a día. A pulso.
Este oriundo de Monza -su familia es del sur italiano, de la región de Calabria- ha pasado de ser un prometedor aficionado a los ritmos doctos hasta convertirse en un pura sangre exponente de lo clásico. Y entre sus manos, el dominio a la perfección de un complejo instrumento: el clavecín... revertido de teclado y cuerdas pulsadas, el antepasado de nuestro piano moderno.
Orfebre a esos sonidos del período Barroco -época donde floreció la sonata, el concierto y la ópera-, lo suyo es de milimétrica filigrana a las notas de aquel tiempo; uno antecedido por la música del Renacimiento y seguido por el Clasicismo. Lapso donde artistas -porque eso eran- como Johann Sebastian Bach, Antonio Vivaldi, Domenico Scarlatti y Claudio Monteverdi, la rompían.
Suenan las copas
A propósito de contrastes, rústicas mesas y populares personajes cuajan en el "hígado" casi esquina plaza Echaurren, específicamente al interior del Bar Liberty, escenario pintoresco al dulce sazonar de este encuentro. "En Milan también se toma algo similar que llamamos Grappa", dice -al generoso contacto de un tinto-, su compañero de ruta y profesión, el nortino Nelson Contreras, de 44 años y Licenciado en Música de la PUCV, acerca de aquel aguardiente obtenido a punta de residuos de la uva vinificada que degustaba en bares despiertos en el país de la bota. Al sorbo de cultura. Allí donde Nelson estuvo casi siete años hasta dominar la viola da gamba, familia de los cordófonos de arco.
Eso mientras se perfeccionaba en la Civica Scuola di Musica Claudio Abbado, en Milan, ciudad y entorno académico donde conoció a Antonio, fanático de la Juventus, de quien dice, hicieron buenas migas. "Allá quise acercarme a la sonoridad de estos instrumentos en vivo". Así, a través de los metales, un anhelo: "Conocí al máximo exponente de los años '80 de la viola da gamba: Jordi Savall". Mismo que lo haría decantarse a la escuela italiana por sobre la española en lo sonoro.
Con Savall, violagambista, director de orquesta y musicólogo español, quien a mediados de los noventa musicalizara la película 'Todas las mañanas del mundo', amarró otro hito en su bitácora profesional. "Tuve la oportunidad de estudiar con él en Milan cuando iba a impartir algún máster". Esta experiencia, acuña Nelson, lo apuntaló a quedarse en la urbe milanesa para nutrirse en la música. "La idea era estudiar tres años y luego volver, pero la vida me obligó a quedarme más tiempo por allá".
A su lado, al vapor de una apetitosa reineta con su porción porteña de papitas fritas, Antonio escucha atento. Posee oídos privilegiados. Un don que pulió al camino con capacidad especial. Bebe otra copa. Se entona. "Mi padre Diego Panzera era trompetista de la banda de bronce del pueblo, en Calabria, San Próspero". Pero fue su profesor de enseñanza media el que, asegura, lo guió en la música docta. Danilo Faravelli salta a la mención. "Empecé tocando flauta y componiendo, por divertirme. Gracias a él, tomé la decisión de tocar piano", acota al azzurro.
Entonces, Antonio estudió piano como alumno particular con varios profesores privados, como Anna Silvia Mortara. Después se inscribió en distintas escuelas y luego en el prestigioso Convervatorio Guido Cantelli Di Novara: allí sacó el título de pianista. Así vino la pasión por la música barroca: empezó con los teclados antiguos, como el clavecín, su amor.
Si se le consulta por alguna inspiración, su respuesta se condiciona al resultado, lo ejecutable. Lo transhumano. "Me fijo más en las obras, aquellas que me hagan coleccionarlas". Es decir, se fija más en compositores y obras; el intérprete "me da lo mismo", recalca como antes lo hiciera en este edificio en calle Esmeralda, primer punto de encuentro.
Nelson irrumpe al diálogo. Y retoma el qué lo inspira. "Mi familia viene de músicos populares. Mi abuela María Mercedes Mondaca era cantora de la zona del interior de Ovalle. Mi papá heredó la tradición de la música con sus hermanos e hicieron el conjunto de músicos en Chuquicamata. Yo me crié en ese ambiente".
En retrospectiva, Nelson narra que una vez egresado de músico en la zona, hizo todo el circuito posible -nacional y foráneo- que permitía su especialidad. "Participé en todos los conjuntos de Santiago. Viajé a Bariloche, a Buenos Aires, y a todos los festivales barrocos de Sudamérica". De allí el salto al otro lado del Atlántico.
La conversa arroja datos interesantes. Inclinados a la historia. Con un punto focal a la génesis: "Chile era un país muy pobre. No había ambiente musical, ni dinero para comprar música o encontrar compositores. Entonces, adquiría la música de los principales centros culturales", añade Nelson.
El académico iquiqueño rescata el barroco latinoamericano como origen de todo nuestro folclore, el que llega a través de los músicos españoles, pero a su vez influenciados por los italianos. A juicio de Nelson, nuestro país posee un resumen de lo mejor como barroco. Esta semilla se transformó en lo que se llamó música colonial, la cuna de todo lo que fueron -y son- las danzas tradicionales de toda Sudamerica y Centroamérica. Si de barroco se trata, dos mentores en la vena para Nelson: Domenico Zipoli, italiano, en Argentina. José Bernardo Alcedo, peruano, en Chile.
Oído privilegiado
Antonio cuenta que en su caso, el sentido auditivo suple a la vista con respecto a su talento musical. Vibraciones que el tímpano capta hasta transmitirlo al oído medio. "No es tan importante ver", lanza seguro el "maestro".
Lo que Nelson admira de su amigo es que él vive en el sonido... un mundo interno -y externo- de bellos ruidos a los cuales extrae lo más pulcro en la manipulación del instrumento. En limpio: percibir a fondo aquellas notas que otros no. "La mayoría de los músicos quedamos atrapados en la lectura. Nos cuesta improvisar".
Eso sí, a parte del oído, existe un sistema de connotación Braille -sistema de lectura y escritura táctil pensado para personas invidentes- que a Antonio le permite estudiar de manera óptima. También trabaja mucho con la memoria, "mejor saberlas que leerlas", sostiene el italiano.
Pero, en este caso, ¿cómo logra ejecutar aquellas piezas al son de un enrevesado clavecín? Antonio digiere, lento, más la preguna que el almuerzo. "Lo que hago es aprenderme, con el tacto, el teclado de memoria... no tengo necesidad de mirar. Sé que la nota está allí y va". Y sostiene argumento en la práctica, ese que acuña que el hecho de mirar, muchas veces, es un límite para el músico. "Los grandes instrumentistas del teclado no ven el instrumento cuando están tocando".
Nelson Contreras le sigue la pista al yunta. Asiente con la cabeza. Se reclina y habla: "Eso también tiene que ver con la música antigua, como se hacía en esa época: era todo de memoria. Es justamente lo que Antonio hace. O sea, toca de memoria e improvisa".
Antonio Panzera tiene grandes desafíos por delante. Junto a unos amigos, fundó una asociación cultural que se ocupa de la difusión de la música en San Giovanni, Milan, llamada Palinsesto. Allí es el capo. Allí es donde él es el director artístico. Por eso, apuntan alto: han organizado varios eventos. También charlas y convenios en los que incluso Nelson, su inseparable amigo, ya ha colaborado. Como con aquel dedicado al famoso dramaturgo y poeta, William Shakespeare, en donde amenizaron... con la contraparte del Bar Liberty, a pura docta sonora inglesa.
Por eso Nelson Contreras medita la opción de devolverse a Italia. Añoranzas del estar involucrado en charlas entre musicólogos e historiadores. Aunque impartir aquel conocimiento mundano en las aulas criollas, lo seduce.
Pero si hay algo aparte que a coro les atrae, es el arte. Y va por cuatro: "Composición, escritura, narrativa y poesía".
Nelson palmotea a Antonio. Lo alaba. Relaja a la etiqueta. "El maestro es un excelente jazzista".
A su vez, Antonio le replica: "Él es virtuoso. ¡Y qué bien se siente Chile! Como las empanadas", dice contento, eso antes de dictar una charla en Santiago y el retorno a Milan. Allí donde vivió el genial Leonardo Da Vinci y donde este genial artista del clavecín volverá a las teclas como organista de la Parroquia y dirigirá el coro. Uno donde quizás, su yunta Nelson, le acompañe a dúo, a viva voz.