La complicada niñezdel alcalde Jorge Castro
Alvaro camacho.
Un chico corre detrás de la pelota que roda por una calle hacia abajo. La pelota y el chico desaparecen. A los minutos el chico llega con la pelota en la mano y la pichanga se enciende nuevamente. Mañana, tarde y hasta en los albores de la noche los chicos, a veces descalzos, juegan a la pelota en la canchita del cerro Santa Elena. Es un canchita pequeña, cuyo límite son olivos. Las aceitunas son buena fuente energética para seguir corriendo.
El pequeño Jorge Castro Muñoz, de no más de 7 años, prefiere pasar el día en la calle. La vida transcurre en la calle. Los niños son del barrio. Puede decirse que son hijos del vecindario.
Sin embargo, Jorge, de contextura esmirriada y piernas flacas, tiene fuertes razones para no pasar el día en la casa. La relación no marcha bien entre sus padres.
Jorge es hijo de José y Olfelina; entre ellos hay 10 años de diferencia. El equilibrio dura hasta el primer cumpleaños de Jorge. En la torta hay un número uno y el chico aparece en la falda de su padre, que exhibe facciones severas. Las relaciones entre la pareja se deterioraron. José era picado de la araña. Olfelina era celosa. Hay violencia al interior de la casa. A esa edad los niños son esponjas. Jorge a ratos duerme mal. A veces hasta le falta para comer.
La familia a fin de cuentas será un archipiélago: dos hermanos por parte de padre, dos hermanos de la relación de José y Olfelina (entre ellos, Jorge) y otros dos que vendrán después por Olfelina. En ese mundo crece Castro.
Sin embargo, el chico no pierde la sonrisa. El morenito es bueno para la talla, ocurrente para los juegos. Los chicos lo quieren. Se acostumbra a los cambios después de todo.
La relación de sus padres finalmente se rompe. Cada uno se va por su lado. Jorge y su hermano parten con su madre. Al principio Olfelina no tiene muy claro qué hacer.
Jorge con su hermano inician una nueva vida. Es el momento en que el niño y su hermano adoptan una existencia itinerante y de soledad. Su mamá no puede cuidarlos; la mujer decide trabajar para mantener a sus hijos. Los chicos, gracias a la buena voluntad de los parientes o vecinos, transitan casa por casa. Pasa la madrina, pasan los tíos. Es un niño por encargo. Jorge sufre. Nadie se interesa demasiado por él. Nadie va a las reuniones de la escuela.
El vínculo con su padre de algún modo se renueva cuando regresa a vivir con éste y sus hermanos mayores. Los chicos lo apoyan en todo. En cambio, el niño pasa desapercibido para su padre. Tiempo después, éste fallece.
A medida que crece, la vida social de Jorge se intensifica. La sonrisa y su buena disposición le abren puertas. La escuela España reúne a los hijos del vecindario. Jorge se consigue zapatos y ropa y comienza sus estudios. Cuaderno, fútbol y un tercer componente: trabajo. Es la fórmula de vida para los chicos. Después de las clases a trabajar, siempre con la sonrisa en la boca.
Todos ayudan al presupuesto de la familia. Son otros tiempos. Es el ocaso de los años '60 y, para la mayoría, la situación es difícil. Pocos ven con malos ojos que los niños trabajen.
Jorge ahora vive en el cerro Mariposas en casa de parientes. Hay reencuentros con su madre. Parte de la alimentación de los chicos la entrega la escuela. Las galletas son duras. Aburre masticar esas inefables galletas. Un simple sándwich con chancho hace que un chico sea distinto. Parece simple, pero es así.
Héctor Morales es hijo único. Es el hijo de la señora Elsita y todas las mañanas aparece con el mejor sándwich de la escuela, un 'Monroy'. Es un sándwich con mantequilla y con una generosa porción de chancho adentro. El resto de los chicos se saborea. El 'date' es inmediato. Morales es un chico generoso, pero de igual modo se come más de la mitad. Cuando puede, convida. La señora Elsita también es generosa. Muchas veces alimenta a Jorge, como si fuera un hijo más.
Hay que rebuscárselas entonces para alimentarse mejor. Premio al trabajo puede ser un alfajor, un chupete o un sándwich. Unos venden calugas de manjar en el cine, el otro ayuda en la pastelería familiar y hay un chico que aprende a cortar el pelo. Los oficios son el futuro.
Al interior de la carnicería 'Sasa', en cerro Mariposa, un chico recoge el polvo de los huesos. Asea rápido, se esmera. El chico está con uniforme escolar. Pega es pega. Don Mario, el dueño, le dio trabajo a Jorge y no es un trabajo cualquiera. La pega consiste en lavar todos los días, después de las 18.00 horas, la carnicería. Al otro día el local debe estar reluciente. Lo mejor del asunto es la paga: dos y hasta tres generosos bistec de hígado. Jorge es feliz. Se come uno cuando llega a la casa y el otro lo deja para su hermano.
La generosidad de Don Mario dura varios meses. Jorge engorda. Ya no es el esmirriado de antaño. Crece. Es un chico fuerte con estampa de deportista. De algo sirvieron las pichangas, las escaladas diarias a los cerros y el hígado.
La separación de los chicos es complicada cuando dejan la escuela. Las duras galletas ahora serán una buena anécdota. Algunos no estudian más y se dedican a trabajar. Sus padres lo necesitan. Jorge entra al Liceo 5, de cerro Alegre. Es un liceo pequeño, familiar. Hay pocos alumnos por sala. La cancha de fútbol es lo primero que le llama la atención. Es mediado de los años '70. A la rutina de Jorge, compuesta de fútbol y estudios, se suma el liderazgo. Asume cargos en el centro de alumnos de la escuela. Organiza campeonatos y fiestas.
Son los primeros pasos de la juventud. Llegan los amores. A veces gana y en otras, pierde. El corazón debe madurar. Los años pasan rápido. Aquí conoce grandes amigos, como 'El Peluca', quien posteriormente se hace célebre en la peluquería. Amigos que a fin cuentas quedarán para toda la vida.
La juventud de Jorge Castro es otra historia. J